Dice Domingo Díaz de Mera, uno de los principales promotores del, descanse en paz, aeropuerto de Ciudad Real, que ha perdido unos 17 millones de euros en la cosa, pero que como buen empresario que es lo que ha hecho es pasar página, cerrar el libro y… A por otro. «Yo pierdo y me olvido» es el textual de El País del último sábado que sale por su boca. Total, previamente había hecho el truco del almendruco con el Balonmano Ciudad Real, que lo trasladó a la capital de España para llegar a un acuerdo con Gil júnior y Cerezo y lo reconvirtió en el Atlético de Madrid. Finalizada la época gloriosa del barredismo, el castillo se viene abajo, pensaron entonces muchos. ¿Se imaginan la buena pareja que hubieran hecho el fallecido Jesús Gil y Díaz de Mera? Y tal y tal.
Pues eso, que nada más perder su amigo de la infancia José María Barreda en las urnas aquel todavía infausto para muchos socialistas de toda la vida 22 de mayo, las también empresas periodísticas del promotor de las aeronaves comenzaron a cerrar sin que ni siquiera hubiera tomado posesión Cospedal. ¡Quiá, que diría Arcadi! Algún día tendría que ser de obligación moral hablar de las miserias periodísticas de una comunidad autónoma en la que, por aquello del ladrillo, el voto y el sírvase usted mismo, muchas empresas privadas de comunicación eran una mentira y se convertían en cuasipúblicas (perdón en la mayoría de los casos por el cuasi) y aquí nadie se sonrojaba. Como mandaba Dios.
«Yo pierdo y me olvido». Y tal y tal.
Ni el comediante Leslie Nielsen lo hubiera interpretado mejor. Díaz de Mera cogía el avión, seguro que en el aeropuerto de Ciudad Real, y ponía rumbo a Madrid. El destino le hará coincidir de nuevo con su amigo, Congreso de los Diputados por medio. Aterriza como puedas, debieron pensar los dos.
Porque lo del aeropuerto se ha definido como el mayor de los despropósitos cometidos en Castilla-La Mancha en los años que llevamos de Democracia participativa. Y mientras que el principal urdidor de tan brutal desbarajuste económico, social y político sienta sus huestes en una plaza de toros, donde juega su equipo de balonmano; quien se lo consintió, defendió y a punto estuvo de conceder un aval de 140 millones de euros (¡lo que hubieran hecho con ese dinero cientos de alcaldes de la región!) se quita de en medio, se coloca como número uno por la provincia del aeropuerto, otra casualidad, para ser elegido diputado en Madrid y hasta luego, que ahí dejo mi herencia. Demoledora, por cierto.
Pero la diferencia de este sainete está en que Nielsen es actor y sus actos, irreales, por eso podía aterrizar como le viniera en gana. Díaz de Mera y Barreda no. ¿O sí? Prepararon su guión, pusieron a sus actores en escena, dirigieron el desastre y, casi sin que nos enteremos los sufridos espectadores (no sé si calificar este documental como drama, comedia o locura), han dado por finalizada la película. Uno de ellos se ha marchado y al otro le quedan dos telediarios para hacer lo mismo.
Tan ricamente.
Por cierto, todas las declaraciones que se han publicado, escuchado o retransmitido de personajes de la escena política, empresarial y social hablan de las ayudas que el aeropuerto (no olviden que aunque no haya vuelos todavía funciona, que alguien me lo explique con detalle) recibió de la Junta, pero Díaz de Mera lo niega. ¿Es que tampoco podremos nunca saber la verdad de todo esto? Habrá que ir a los archivos de la también difunta CCM.
Al otro lado de la frontera, el aeródromo de Casarrubios del Monte, en el límite toledano-madrileño. Tan denostado hasta hace unos meses por la gran mayoría. El futuro ahora. El PSOE de Toledo lo vio y lo mimó. Lo metieron en adobo antes de que se lo comieran los «suyos». Y en adobo sigue. Pero es el momento.
Unos despegan y otros aterrizan. Con o sin sonrojo, pero bien. Lejos de la costosa broma de aeropuerto que nunca llegó a serlo.
«Yo pierdo y me olvido». Y tal y tal.
Los demás no.