«Si un carro atropella a una persona, la fábrica de carros no es culpable». Así se quitaba de en medio el jefe del despacho de abogados de Panamá donde durante años y años, y más años todavía, el dinero entraba por la puerta de servicio, después se colaba por las rendijas, pasaba por las cloacas del primero, del segundo y del tercer mundo y se le terminaba realizando un lavado que ni con Ariel… «¡Bualá!». A partir de ese momento los impuestos «como» que se evadían, y perdón por el «como».
Me llevo dos y te quito una…
He leído la lista, como usted, de algunos de los nombres que aparecen y, joder, ni John Le Carré en «El sastre de Panamá». Si al archifamoso espía y escritor le hubieran contado esto, se hubiera esperado unos años y su famoso libro hubiera sido escrito ahora… Ni él mismo sabría por dónde entraban los billetes y en que maravilloso paraíso reaparecían.
Pero volviendo a la lista y a los nombres: es curioso que no aparezcan por ahí ni mi carnicero, ni mi frutera, ni el barrendero… Ni siquiera yo mismo. No, no… Hasta el menos conocido de la que será a partir de ahora la lista de Panamá es mundialmente conocido, bien por su nombre o por el cargo que ostenta. Casta ya. Con c, no con b. ¿O sí?
El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación se ha sumado otro tanto y ha vuelto a orear las vergüenzas de quienes teniéndolo casi todo insisten en complicarse todavía más la vida.
Sociedades opacas se llaman. Atrévanse. Pongan una en su vida. Échenle arrestos e inviertan en sociedades opacas. Tendrán las portadas aseguradas.
Un traje a medida, hecho por el sastre de Panamá…
Puerca vida...
@CesardelRioPolo
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