Durante toda mi vida, año tras año, crecí y maduré pensando que Cataluña era no solo la región más próspera y avanzada de España, sino que además, ninguna otra podría alcanzarla.
La única comunidad autónoma capaz de organizar unos Juegos Olímpicos cuando la imagen de España aún generaba sospechas y con una capital, Barcelona, que se parecía más al cosmopolitismo de Nueva York que a cualquier otra gran ciudad española.
Aún tengo que frotarme los ojos para creer que es cierto lo que veo cuando contemplo que Barcelona arde presa de los violentos y Cataluña se empobrece víctima de la intolerancia del separatismo.
Y me sigo preguntando cada día: ¿Cómo ha pasado Cataluña de ser la envidia de España a su principal pesadilla?
Desde luego que la sinrazón no es moneda exclusiva del independentismo. Ni si quiera creo que todos los que piensan que hay futuro si se convierten en una nación fuera de España son fanáticos que prefieren vivir en el caos.
¡Qué difícil va a ser encontrar la solución cuando casi el 50 por 100 de la población de una comunidad tan próspera y avanzada hasta hace poco piensa que lo mejor es romper con España y luego ya veremos! Esa es una conclusión a todas luces irracional a la vista de cualquier otro ciudadano de cualquier lugar de España, mas allá de su geografía o ideología.
Si ni siquiera han conseguido convencerles la otra mitad de sus vecinos de la barbaridad a la que les llevaba el “procés”, ¿qué podemos hacer ahora que dé resultado?
Desde luego no tengo la respuesta, pero hay formas que siempre funcionan, como la unión y la pedagogía.
La unidad política, hoy por hoy imposible, sería lo más importante para afrontar una situación gravísima, que está minando la imagen internacional de España y lastrando nuestra economía, como si hubiera pocos nubarrones ya en la atmósfera internacional, junto a la parálisis política.
La responsabilidad de todos los partidos políticos que defienden la Constitución es innegable cuando se mira más a la urna que a la ciudadanía.
Y la pedagogía es irrenunciable. Es decir, ser capaces de desmontar una tras otra las mentiras del separatismo, cueste lo que cueste y tarde lo que tarde.
No sé si Cataluña volverá a ser alguna vez la envidia de España, pero al menos que deje cuanto antes de ser la pesadilla.