A Cipriano se le acaban los alimentos y pone en duda el próximo reparto de comida para cientos de personas que un jueves cada dos o tres meses hacen cola, algunas y algunos desde la ocho de la mañana haga frío o calor, incluso si llueve, da igual, a pesar de que los alimentos no les llegarán hasta las cinco o las seis de la tarde -10 horas esperando en un miserable banco o de pie, depende de si tienes la suerte o la habilidad de llegar el primero, el segundo, el tercero o el cuarto, porque a partir del quinto ya no hay asientos para más-, que es cuando «el amigo de los pobres de Toledo» y sus incondicionales de la bata blanca se ponen a repartir las bolsas que han elaborado desde la última vez que hicieron, de nuevo, lo que llevan repitiendo desde hace tantos años que ya ni me acuerdo.
A Cipriano se le acaban los alimentos y dio la voz de alarma en encastillalamancha.es. Por lo que no sabe si quiera si podrá hacer un nuevo reparto. Cipriano es ese hombre que está todos los días, a él también le da igual el frío o el calor que haga, apostado frente al puente de San Martín, en «su perenne casa» de la capital regional, que no acepta que nadie le dé dinero y sólo quiere o comida o ropa completamente nueva, nunca usada, para luego hacer bolsas con varios kilos de productos y saciar hambre y sed.
Lo que no pudo evitar él cuando era un crío. Porque era miembro de una prole cuyas bocas a alimentar superaban, con creces, los trozos de pan que conseguían sus padres. Por eso sabe bien lo que es acostarse muchas noches sin cenar. A los cinco años iba de casa en casa, en su pueblo, Menasalbas (Toledo), pidiendo un mendrugo que llevarse a la boca. Años más tarde, sin vocación ninguna, ingresó en un convento porque así se aseguraba al menos dos comidas diarias y estudios, justo lo que en su casa no le podían dar. Al final salió extramuros pero jamás olvidó lo que vivió.
Por eso, décadas después, para Cipriano todos los días hay hambre. Lo ve él en las caras de las personas que no tienen y a quienes no les importa, o sí, ponerse en el escaparate de la indigencia. Muchos de ellos inmigrantes que huyeron de la miseria de sus países y que querían conocer el paraíso. Su paraíso es Cipriano.
Pero se acaba el maná y, chico, ni mirando al cielo… Cipriano se nutre de lo que le proporcionan empresas privadas de forma desinteresada. Y ahora escasea. Cipriano también sufre la crisis de la caridad. Cipriano pide ayuda para ayudar.
Cipriano, el amigo de los pobres, deberíamos serlo todos.
cesardelrio@encastillalamancha.es