Las palabras control y medios de comunicación en la misma frase producen al periodista una mezcla de repelús y sensación de puñetazo en el estómago. Esa fue mi primera reacción al escuchar la propuesta del líder de Podemos, Pablo Iglesias, cuando le oí la sugerencia de establecer controles públicos de los medios de comunicación. Como si me dieran un puñetazo en el estómago.
Iglesias que, mientras no se demuestre lo contrario, todo se lo debe a los medios en general y a los privados en particular, parecería el menos indicado para quejarse del trato recibido. Me parece bien que ponga el dedo en la llaga de la concentración de los medios en pocas manos, pero la solución no es la suya. Fondos y bancos de inversión han entrado a todo gas en los principales medios españoles y presionan sin pudor, además de poner y quitar directores a su antojo. Eso es un terrible riesgo para la libertad y, por lo tanto, para la democracia. Pero lo que propone es igual de malo o peor.
Insisto, la solución no es el control público, que no es más que un eufemismo del control político. Invito a Iglesias a visionar unos cuantos videos de televisiones autonómicas, entre las que Televisión Castilla-La Mancha seguro que ocupa los puestos de cabeza, para ver que la manipulación puede llegar hasta la enfermedad. Antes y ahora los contenidos informativos los decide el que manda, aunque bajo la actual dirección de Nacho Villa la tergiversación de la realidad llega al paroxismo y la persecución del contrario a la psicosis. Sin que denunciar esta situación extrema disculpe la información que se daba en la época de Jordi García Candau.
También invito a Iglesias a darse una vuelta por los medios regionales y locales. Lo que pasa en los nacionales es una broma comparado con la realidad de la prensa más cercana. No es que mande el que manda, es que cualquiera que firme un contrato tiene derecho a imponer noticias en muchos medios y a reclamar para sí un protagonismo que ya quisiera el mismo presidente del Gobierno o los propios Reyes. Un pequeño alcalde puede montar un cisma porque no sale su foto en la procesión de su pueblo y un anunciante retirar la cuenta porque no se ha dado fe e tal o cual evento. No son la mayoría, pero pasar, pasa.
Se vigilan los contenidos y se controlan las preguntas. Cuando alguien hace una que no está prevista en el guión del convocante es señalado y su director recibe inmediatamente una llamada de protesta al tiempo que se le invita a corregir la situación si no quiere pagar él las consecuencias de tal arrebato de libertad. Unos ceden. Otros, no. A los menos, afortunadamente, ni nos llaman. Es verdad que no todas las figuras de la política que tiene poder abusan, pero haberlas haylas y es lamentable, tanto por quien caciquea como por quien permite ser caciqueado.
Sí, así son las cosas. En la prensa regional y local el problema no es precisamente la concentración sino todo lo contario, la debilidad viene de la fragmentación y de la pequeñez de los medios, incluso los que son llamados grandes.
Pero el remedio a la concentración o a la fragmentación no puede ser un control desde lo público. Que no sería más que un sometimiento al poder político de turno. A no ser que Iglesias busque eso precisamente.