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07/05/2012junio 13th, 2017
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El primer congreso del Partido Popular en el poder en Castilla-La Mancha, que hace el número 12 en la historia del partido en la región, se ha saldado sin sorpresas pero con algunos aspectos reseñables.

Desde el punto de vista del sube y baja, que es el que más morbo genera dentro y fuera del partido, está claro que María Dolores de Cospedal se mantiene indiscutida e indiscutible en el PP castellano-manchego, ella y sus políticas, aunque estas últimas siembran de preocupación a la clase media del PP, alcaldes y concejales que comprueban in situ y cada día el efecto de la austeridad en una región como ésta.


Ella probablemente lo sepa y por eso insistió en ello en sus dos intervenciones ante el plenario del Congreso que la ha hecho presidenta regional del PP por tercera vez. Lo hizo por activa y por pasiva.

Por un lado pidió respaldo al partido y estar detrás del Gobierno y sus consejeros, a quienes reconoce estar haciendo un esfuerzo titánico para taponar el boquete en las cuentas públicas de la herencia recibida y para poder seguir atendiendo las necesidades básicas de Castilla-La Mancha. (Tengo para mí que en eso del esfuerzo titánico no todos los consejeros hubieran recibido el apoyo del plenario y que una buena parte de los cargos políticos de la Junta no hubieran tenido para su gestión el respaldo que obtuvo el secretario general, Vicente Tirado).

Por otro lado, además de que respalden al Gobierno, la presidenta pidió al partido que salga a la calle y explique lo que están haciendo, porqué y qué conduce a la salvación de los servicios básicos de los castellano-manchegos. Como digo, Cospedal insistió en ello en sus dos discursos y varias veces en cada uno de ellos, lo que implica que es muy consciente del desgaste que ocasionan sus políticas, que según se desprenden de sus palabras no van a cambiar ni siquiera para solicitar que se relaje el cumplimiento del objetivo de déficit.

En eso del sube y baja ni el Congreso discute a Cospedal ni la presidenta a Tirado, al que ha vuelto a encomendar la dirección del partido, una decisión en la que el partido está de acuerdo a tenor de cómo acatan sus órdenes y a sus hombres.

El sube más relevante y el único de su valor cuantitativo y cualitativo ha sido el del consejero de Presidencia, Administraciones Públicas y Portavoz del Gobierno, Leandro Esteban, que ha pasado del montón a la élite en el poder interno del partido. Su meteórico ascenso en el Gobierno (pasó en seis meses del último al primero de la fila) y su complicado papel en el Ejecutivo le han sido recompensados por la presidenta con uno de los puestos pata negra en la dirección del partido, en cuya estructura siempre había ocupado tareas relacionadas con las diversas portavocías que ha ido ocupando.

Esteban lleva muchos años siendo el que da la cara, se lo reconozcan o no con galones en la estructura de mando. Cospedal no le ha regalado su confianza, ni la política ni la personal, que le ha costado conseguir con mucho sudor y probablemente alguna lágrima. Sin embargo, sus habilidades políticas y parlamentarias y su disposición a ponerse en primera línea, la que encaja más golpes, le han acabado granjeando el favor de la presidenta. Esteban se ha hecho imprescindible en este Gobierno y Cospedal se lo reconoce dándole una entrada de primera fila también en el partido, un universo en el que ni había querido ni había podido pisar con fuerza.

Antonio Serrano y Jesús Labrador pasan también a la categoría de coordinadores generales, como Esteban, el tercer escalón tras Cospedal y Tirado, lo que revela que al secretario general se le conceden todos los deseos para que premie con honores a sus hombres. 

Tirado dijo de Serrano, el encargado de Organización, que no entendió el ejemplo de que actuara con «puño de hierro en guante de seda»: efectivamente, el de Albacete no se anda con tonterías a la hora de defender el orden y las órdenes del número dos. Su eficacia le han llevado a ocupar uno de los principales asientos.

En cuanto a Labrador, su amigo de siempre, ahora también mano derecha de Arturo García-Tizón, Tirado no se olvida. Le colocó en Presidencia en el primer Gobierno, de donde salió por expreso deseo de la presidenta, pero fue nombrado delegado del Gobierno y ahora entra en el olimpo de los jefazos del PP.

Tirado no solo no afloja las riendas del partido sino que las aprieta y asume la tarea que viene después con los congresos provinciales, donde cumplir a rajatabla la voluntad de Cospedal le puede costar alguna herida con la que no contaba. Desde luego, nada relevante a corto plazo para el orden interno.

En cuanto a los mensajes, el PP culmina su primer congreso en el poder como empezó el cambio, quejándose -con razón- de la herencia recibida y apostando por los recortes. Particularmente eché de menos soluciones.

No hubo exceso de euforia, pero sí un ambiente mucho más relajado que cuando los mismos personajes se mueven en los escenarios de gobierno. Ver a los consejeros relajados, hablando con todo el mundo, compareciendo ante la prensa uno por uno y contestando preguntas de los periodistas era para nosotros una experiencia nueva alejada del «solo gráficos» tan habitual en muchas de las comparecencias del Ejecutivo.

No hubo euforia, decía, pero sí buen ambiente, aunque en los pasillos muchos se preguntaban porqué no había ninguna de las estrellas del PP o del Gobierno de Mariano Rajoy, tan habituales hasta hace poco en las tierras castellano-manchegas.

Quizás los veamos en la conmemoración del primer año del cambio, que está a la vuelta de la esquina. O quizás no… Pero eso es para otro artículo.

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