Con un artículo impecable sobre el tratamiento de algunos medios de comunicación a la muerte de Asunta, nuestro columnista y amigo Agustín Yanel ha puesto el dedo en la llaga de la responsabilidad social de los periodistas a la hora de contar historias y también de la sociedad, que no debe permanecer pasiva ante fenómenos de tratamientos informativos como el caso de la muerte de la menor gallega. No es este el único ejemplo ni el único terreno donde los medios se ganan el calificativo de «vergonzoso».
Yanel, un periodista intachable, curtido en algunos de los casos más sonoros juzgados en los más altos tribunales españoles y experimentado en la política parlamentaria, defensor del periodismo y de los periodistas durante los muchos años que fue presidente del Comité de Empresa del diario “El Mundo”, es una voz más que autorizada para hablar de ello. Por estas razones, además de la actualidad y oportunidad de sus palabras, su artículo de la semana pasada en encastilllamancha.es ha tenido no solo una notable repercusión entre los periodistas, sino que consiguió el valor y el acierto de mandar un aviso a la profesión: No todo vale. Y si caemos en el «todo vale» para justificar audiencias y/o resultados económicos, lo acabaremos pagando; de hecho, ya ha empezado el descrédito. Totalmente de acuerdo, Agustín.
Sospecho que tras el deterioro masivo de la credibilidad de los políticos vendrá el de los periodistas si no le ponemos pronto remedio. Aunque también estoy de acuerdo contigo en que es un camino de doble dirección. Por un lado, la autoexigencia de los profesionales; por otro, la de los lectores. Porque como tú dices, «los ciudadanos deberían reclamarlo allí donde puedan, porque ese derecho es suyo».
Ni las audiencias ni la cuenta de resultados en el peor momento conocido del periodismo moderno pueden dar al traste con las bases de esta profesión, que no es cualquiera, sino que está expuesta a las exigentes conductas que deben presidir el ejercicio de un oficio con responsabilidad social y, por lo tanto, sujeto a claras obligaciones éticas y estéticas
Un medio de comunicación no es una empresa de servicios en la que el que paga manda y el cliente siempre tiene razón. No es así, o por lo menos no debería serlo, ni está justificado en ningún caso a cambio de audiencias masivas o ingresos, aunque vengan muy mermados.
Si el periodista no hace preguntas incómodas, ¿quién las hace?
Si el periodista no pone coto a las naturales y a las antinaturales tendencias al abuso por parte del poder (ya político, ya fáctico, ya…) a la hora de controlar lo que llega a la opinión pública, ¿quién lo hace?
Si el periodista no se preocupa y ocupa de contar en los medios de comunicación todo y de todos, ¿quién lo hace?
Si el periodista no da voz a las minorías, a los que sufren, a los perdedores, a los que por sí mismos no tienen acceso a los canales de información y opinión, ¿quién lo hace?
Ser periodista es duro, difícil, sacrificado, antipático y molesto. Pero es útil a la sociedad y es lo que nos toca. Y el que quiera ser amable, agasajado, empalagoso, débil, dócil y doméstico debería elegir otro oficio, porque en este acabará sufriendo mucho más.