Quienes afirman, sin ningún argumento científico, que el coronavirus no existe y es un invento, ¿qué habrán pensado al saber que el todopoderoso presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha contagiado y ha sido hospitalizado? Seguro que habrá quien continúe defendiendo esas insostenibles teorías de que todo es una confabulación para controlar el mundo, pero que el polémico mandatario americano y su esposa Melania hayan dado positivo debería servirles como aviso para navegantes. El virus no entiende de fronteras, ni entre comunidades dentro de España ni entre países.
Desde que el virus comenzó a extenderse por todo el mundo y llegó a Estados Unidos, su presidente ha actuado de una manera tan impresentable y provocadora como suele hacerlo siempre, ha soltado por su boca unos cuantos disparates sobre la pandemia y se ha atrevido a hablar de supuestos y peligrosos remedios, en contra de los criterios de la comunidad científica. No sorprende ese comportamiento, porque es el habitual en él, pero en este caso es peligroso porque juega con la salud de las personas.
EEUU, el país con más contagiados y muertos del mundo
El pasado mes de enero, cuando se detectaron los primeros contagios en EEUU, Trump dijo que lo tenían todo «totalmente bajo control». Nueve meses después, ese país es el más perjudicado del mundo por la pandemia: hasta el 2 de octubre se han registrado allí más de siete millones de personas diagnosticadas y más de 207.000 han fallecido.
Hace meses Trump presumía de automedicarse con hidroxicloroquina para prevenir el coronavirus. Los científicos salieron al paso de esas declaraciones y dijeron que ese medicamento no se debía tomar, porque no está probado que sea eficaz frente al coronavirus. Pero, pese a esa petición de los expertos que conocían el tema, el presidente afirmó que él iba a seguir tomándolo «por curiosidad».
Y no sólo eso. En una rueda de prensa en abril, un subsecretario de su Gobierno dijo que un producto comercial con cloro utilizado para la limpieza podía matar en cinco minutos al virus de la saliva o en los fluidos respiratorios. Trump le miró y le preguntó si sería posible combatir la pandemia con inyecciones de lejía. Posteriormente, cuando el fabricante de esa marca dijo que esa lejía no debía ser ingerida por los humanos, el presidente explicó que lo había preguntado con sarcasmo. Pero, tratándose de un personaje como él, ninguno de los periodistas presentes lo tomó a broma y fue noticia en todo el mundo.
Viajes y actos electorales masivos, sin mascarilla
Donald Trump no solo se ha negado a ponerse la mascarilla -hasta el 11 de julio no apareció en público con ella- sino que ha alardeado de no hacerlo y ha celebrado actos electorales con miles de seguidores que tampoco la llevaban, en ciudades donde habían prohibido las concentraciones masivas de personas. ¿Por qué va a dar ejemplo a la ciudadanía obedeciendo las normas que dictan los gobernantes de los estados federados, si él se considera por encima de todos y siempre en posesión de la verdad? También ha defendido que las clases en los colegios sean presenciales porque, según dijo, los niños «son totalmente inmunes» y no se van a contagiar.
Sus últimas imprudencias han consistido en viajar en el avión presidencial Air Force One, para actos de la campaña de las elecciones del 3 de noviembre, con su familia y otras personas de su equipo sin que nadie llevara la mascarilla ni guardara la distancia de seguridad. En esos viajes le ha acompañado una de sus asesoras más próximas, Hope Hicks, de 31 años, que dio positivo en las pruebas, lo que llevó a Trump y su esposa a hacérselas y estaban contagiados.
Es posible que a quienes niegan el coronavirus tampoco les convenza de su existencia el hecho de que el presidente del país más poderoso del mundo se ha contagiado. Habrá quien busque excusas y diga que Trump tiene una gripe o cualquier otra enfermedad. Allá ellos con sus elucubraciones, pero hay que exigirles que no pongan en peligro la salud de los demás.
Los negacionistas del coronavirus apelan al derecho a la libertad de expresión y de manifestación para convocar actos de protesta en la calle, pero después no cumplen las medidas de prevención que habían prometido, como hicieron el pasado 16 de agosto en la madrileña plaza de Colón. Eso no es libertad de expresión y manifestación, eso es una provocación y poner en peligro a las demás personas, que no tienen por qué soportarlo. Por eso debe caer sobre ellos, cuando incumplan las normas legales establecidas, todo el peso de la ley.