El enfrentamiento que Isabel Díaz Ayuso mantiene desde hace meses con Pablo Casado y con la dirección nacional del PP ha desembocado en una guerra abierta, divulgada en directo por los dos protagonistas. No existe precedente de un dirigente regional que critique en público a su presidente con acusaciones tan duras como las que ha hecho ella, ni viceversa. Dirigentes y parlamentarios del Partido Popular coniciden en que esta pelea les hace mucho daño y dicen que solo hay un final posible: uno de los dos morirá políticamente en esta batalla, o quizá ambos o alguien más.
Díaz Ayuso, que viene reclamando la convocatoria urgente del congreso regional del PP de Madrid para convertirse en su presidenta, dio una tregua en esa batalla durante la campaña de las recientes elecciones autonómicas en Castilla y León. Pero, tras comprobar que en esos comicios no han logrado sus objetivos -no se han acercado a la mayoría absoluta, como esperaban, y es probable que necesiten a la ultraderecha de Vox dentro del Gobierno regional-, ha olvidado esa tregua y se ha lanzado directamentre a la yugular de Pablo Casado. Y lo ha hecho en público: convocó a los periodistas, leyó su declaración y no permitió que le hicieran preguntas para aclarar muchas dudas, una práctica rechazable que algunos políticos utilizan cada vez más.
La crisis más grave en la historia del PP
No hace falta repetir en esta columna lo que ha ocurrido, porque el descarnado enfrentamiento público que han mantenido la presidenta de la Comunidad de Madrid y el presidente del Partido Popular durante una semana ha ocupado amplísimos tiempos y espacios en todos los medios de comunicación y ha sido comentado hasta la saciedad en todas las tertulias. Se trata, nadie lo discute, de la crisis más grave que ha padecido el PP en sus 33 años de historia.
El jueves 17 de febrero, el PP abrió un expediente informativo a Díaz Ayuso tras sus «acusaciones gravísimas, casi delictivas» contra el presidente y la cúpula nacional del partido, según las calificó el secretario general, Teodoro García Egea, y persona de la máxima confianza de Pablo Casado. Se trataba de recopilar toda la información y ver si existía fundamento para incoar un expediente disciplinario e imponer la correspondiente sanción a la presidenta madrileña, o no.
Al día siguiente, Casado citó a Ayuso en la sede nacional del partido y hablaron durante más de tres horas. La reunión fue «infructuosa», según el entorno de la presidenta madrileña, pero desde el equipo de Casado dijeron que él se daba por satisfecho con las explicaciones de ella y cerrarán el expediente informativo, que no pasará a ser disciplinario ni terminará con una sanción. Cambió de opinión de un día para otro, lo que se ha interpretado como que él ha claudicado ante la presidenta madrileña.
Un cierre en falso del expediente informativo abierto a Díaz Ayuso
Es un cierre en falso de ese expediente, porque siguen sin respuestas muchas preguntas. ¿Ordenó el equipo de Casado investigar al entorno familiar de Díaz Ayuso para encontrar algo irregular? ¿Por qué cobró el hermano de la presidenta 55.000 euros por intervenir en la compra de mascarillas a China en los primeros meses de la pandemia?
Más preguntas aún sin respuesta. ¿Sabía Díaz Ayuso que el contrato de un 1,5 millones para esa compra de mascarillas se adjudicó a dedo a la empresa de un amigo de su hermano y conocido de ella y su familia, que no se dedica al sector sanitario sino a la confección y venta de ropa de señora y caballero? ¿Por qué no hace públicos todos los contratos adjudicados a su hermano, para despejar cualquier duda?
Lo que deberían hacer Ayuso y Casado, después de haber protagonizado un feroz ataque mutuo en público -ambos se han acusado de haber actuado de manera «cruel» uno contra otro-, es actuar con la máxima transparencia. Ya no pueden eliminar el daño que han causado, pero así al menos evitarán que el destrozo sea mayor.
En esta guerra abierta se mezclan la ambición de Isabel Díaz Ayuso, la debilidad de Pablo Casado para liderar y controlar su partido -así lo dicen incluso en el PP-, los celos hacia ella y un secretario general, Teodoro García Egea, cuya dimisión reclaman muchos. Con esos y unos cuantos ingredientes más han dañado gravemente al PP, pero también a la vida política en general. En democracia se necesita una derecha moderada del siglo XXI y no la extrema derecha. En Vox estarán aplaudiendo mientras contemplan este espectáculo con satisfacción.