Llegó como si fuera el invitado estrella a una especie de simulacro de «Hay una cosa que te quiero decir» pero a la socialista y cuando le dijeron que tenía la solapa abierta para, efectivamente, decir lo que quisiera se soltó. Lo primero, para abrir boca, fue lo siguiente: «Me considero socialista, y precisamente porque me considero socialista no soy miembro del Partido Socialista». ¡Uffffff…! A modo de presentación no está nada mal, ¿eh? Una declaración de intenciones que provocó murmullos en una sala en la que se debatía sobre laicismo y que moderaba, ahí es nada, uno de los prohombres llamados a suceder al alicaído one, nada menos que Eduardo Madina.
No estuvo nada mal el arranque de este castellanomanchego de Daimiel (Ciudad Real), sociólogo y politólogo, profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, que responde al nombre de Rafael Díaz-Salazar y que para poner paños calientes al asunto tras su inicial declaración de intenciones quiso clarificar a su auditorio, la sala estaba llena y no faltaban destacados miembros nacionales del partido, que «invitando a un indeseable (por él mismo) el PSOE realmente se quiere abrir a aquellos que somos críticos con el PSOE desde hace mucho tiempo porque consideramos que el PSOE se desnortó hace décadas».
Para qué le habremos invitado, seguro que pensó más de uno. Y más de dos.
Pero él continuó a lo suyo. Tras echarles un capote por aquello de que nobleza manchega obliga, volvió a la carga. Primero les dijo que el PSOE es un patrimonio de este país y que precisamente en este país no se puede hacer ningún cambio sin contar con el PSOE. Para inmediatamente soltar otra de sus perlas de primera hora de la tarde: «El día que el PSOE tenga en su centro al precariado nacional y a la situación de hambre y desigualdad, el día que el PSOE inicie la transición al postcapitalismo, sea fuertemente anticapitalista, ese día volveré a la que considero que es mi casa».
Fue en ese momento cuando dijo que él estaba allí como laicista (separación entre Iglesia y Estado), como un hombre con libertad de conciencia, y que sabía que lo que iba a decir sentaría mal en la sala, pero que era lo que le dictaba su cabeza. Que en cuestión de laicidad, si el PSOE aprobaba lo que él imaginaba, «se convierte en un partido leninista. Porque lo que se va a consagrar es el laicismo liberal y no aparece por ningún lado el laicismo socialista, es alucinante». En ese momento citó a Pablo Iglesias, «él lo decía muy bien: que no os confundan, nuestros enemigos no son los clericales, son los capitalistas».
Su intervención estaba prevista que se prolongara durante ocho minutos pero se fue hasta los 15 y muchos tenían la respiración entrecortada y los ojos como platos.
Díaz-Salazar (hermano de José Manuel, quien fuera alcalde de Daimiel y consejero de Industria en el último Gobierno socialista de Castilla-La Mancha) mientras tanto, a lo suyo. Que en este PSOE no hay una posibilidad de laicismo inclusivo y que se iba a decapitar y a derrotar las tímidas y guadianescas (que aparecen y desaparecen al arbitrio de la moda del momento, poco más o menos) aperturas del PSOE hacia el mundo cristiano.
Y mientras prácticamente muchos de los presentes abogaban por la religión fuera de las aulas, el castellanomanchego que no defraudó (o sí, según se mire) dijo lo siguiente sobre el particular: «Lo que se va a aprobar aquí de dejar la enseñanza de la religión fuera del horario escolar me parece sencillamente una barbaridad. Me parece una barbaridad y un desastre que os va a hacer impresentables en Europa. España sería, junto con Francia, el único país que hiciera esto».
Miradas esquivas, comentarios por lo bajini, ¿y éste quién es…? Imaginan las escenas que se sucedieron, ¿verdad?
Bueno, señor Díaz-Salazar, después de todo esto, ¿quiere usted retirar el sobre para darse un abrazo con sus primos hermanos socialistas?
Pues eso… Que hay una cosa que te quiero decir.