Quienes todavía no se creen que el cambio climático es una realidad, y que está afectando gravemente al planeta Tierra, pueden preguntarse a qué se debe que el jueves 13 de julio de 2017, en medio de la ola generalizada de calor que se ha vivido en España, en Córdoba se registró una temperatura de casi 47 grados centígrados (46,9 grados, para ser exactos), la más alta en la historia desde que la Agencia Estatal de Meteorología realiza estas mediciones.
También pueden preguntarse por la causa de que, a mediados de junio, España vivió una ola de calor impropia de esa época del año, con temperaturas de 38 y 40 grados en numerosas localidades, que llegaron a los 44,5 grados en Córdoba, propias de julio o primeros de agosto pero no de los días anteriores a la entrada oficial del verano. A esos datos hay que añadir que la pasada primavera ha sido la más cálida de la historia, con una temperatura media casi dos grados superior a la habitual.
La temperatura media ha ido subiendo en las últimas décadas y, según todas las previsiones, va a continuar incrementándose año tras año si no se adoptan medidas en todo el mundo. No hace falta ser un experto en meteorología para comprender que estos cambios en el clima y el calentamiento global del planeta no son una casualidad ni un fenómeno aislado de un momento concreto, sino que se deben al cambio que se viene produciendo en el clima desde hace años como consecuencia de las actividades de la población.
Millones de toneladas de plástico
A ese problema mundial hay que añadir otro no menos importante: desde que comenzó la producción masiva de plásticos, en los años 50, los ciudadanos del mundo hemos generado unos 8.300 millones de toneladas -la mayor parte, en la última década-, de las que solo el 9 por 100 son recicladas, otra parte se quema y la mayoría acaba en los vertederos o en el mar. Pensar en una imagen produce escalofríos: se necesitarían unos 400 millones de camiones para transportar esos plásticos.
Según una investigación de la revista Science Advances, publicada en El País, Europa es la zona del mundo donde más se recicla (el 30 por 100) y donde más plásticos se queman (el 40 por 100). Pero el resto va a los vertederos y a los mares, cada día más contaminados y con más porquería en sus aguas.
Basta pensar un poco en la situación para entender que los humanos estamos destruyendo el planeta. Lentamente, eso sí, pero destruyéndolo. Y la solución debe llegar con la participación de todos los países y todos los ciudadanos, cada uno como pueda en su vida diaria.
Por eso fue muy importante el Acuerdo de París contra el cambio climático, firmado en 2015 por 190 países. Y por eso fue recibida como un jarro de agua fría, hace unas semanas, la decisión de Donald Trump de retirarse de ese histórico acuerdo con la excusa de que debe proteger a Estados Unidos y a sus ciudadanos, que él considera perjudicados de ese acuerdo. Solo Siria y Nicaragua no apoyan el acuerdo y están en la misma posición que Trump.
El excéntrico presidente estadounidense, que provoca una polémica o escándalo un día sí y otro también, parece no comprender que si no se adoptan medidas contra el calentamiento global del planeta su país y sus ciudadanos se verán tan perjudicados como los del resto del mundo. Pero para entender eso es necesario reflexionar con sentido común, y no está claro que Trump esté acostumbrado a hacerlo ni a pensar en algo que no sean sus negocios, la manera de colocar en buenos puestos a sus familiares y amigos, sus ataques a los periodistas, su obsesión por destruir todo lo que hizo Barack Obama… y sus numerosos mensajes diarios por Twitter.