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16/10/2014junio 8th, 2017
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Teresa Romero es una mujer que ha entregado su vida al servicio público por un módico sueldo de auxiliar de enfermería. Teresa mantiene su vocación y su profesión contra viento y marea, incluso cuando supone riesgo para su propia vida. De hecho, ha sido una ciudadana anónima, como tantos otros servidores públicos que se entregan día tras día, hasta que su vida ha entrado en riesgo al contagiarse de ébola cuando se jugaba el tipo atendiendo a un paciente infectado por el mortífero virus.

Teresa, como tantos otros sanitarios, misioneros, policías, militares, guardias civiles y demás profesionales de la entrega a los demás por un salario que las más de las veces es muy inferior a su tarea, era una perfecta desconocida. Su fama saltó con el contagio. Y se acrecentó por las impresentables afirmaciones de otro de esos que se llaman servidores púbicos, mucho más famoso que ella y por lo que se deduce del papel desempeñado en esta crisis mucho menos necesario. Javier Rodríguez, consejero de Sanidad de Madrid destrozó en horas la imagen de esta mujer para salvar su pellejo y cerrar el caso antes de que se les fuera de las manos, como así acabo ocurriendo.


Rodríguez es poderoso y famoso, pero ha demostrado una cobardía política por la que nunca se le mirará igual. Teresa era anónima y lo seguirá siendo cuando -ojalá en los próximos días- sortee la jugarreta del ébola. Por culpa de gente como el primero perdemos la fe. Pero gracias a gente como la segunda la mantenemos.

Que existe gente como Javier Rodríguez muy bien situada ya lo sabemos. Que hay ciudadanos como Teresa Romero lo olvidamos con frecuencia. Yo invito a tenerlo en cuenta antes de darlo todo por perdido y caer en la desesperación tan propia de estos tiempos y que tan fatídicas consecuencias traerá si se apodera de la mayoría de nosotros.

Hoy quiero recordar aquí a la gente que nos devuelve la esperanza. Como esos cuatro consejeros de Caja Madrid que no usaron las tarjetas black de Caja Madrid. Ya sé que son más famosos los otros 82 y que es justo que hablemos de ellos para desenmascararlos, pero sin olvidar a los 4 que les llevaron la contraria. 

Félix Manuel Sánchez (de UGT), Íñigo María Aldaz Barrera (directivo de Caja Madrid), Esteban Tejera Montalvo (presidente de Caja Madrid Seguros Generales) y Francisco Verdú (consejero delegado de Bankia en la etapa de Rodrigo Rato) disponían de esa provocadora tarjeta pero no la usaron ni siquiera para los llamados gastos de representación derivados de su cargo. Probablemente los otros 82 consejeros y directivos que sí las tenían pensaron que eran tontos. Seguramente tuvieron que aguantar alguna burla tipo «quiénes se creen que son», quizás fueron aislados en algunas reuniones y mirados por encima del hombro. Pero hoy resulta que toda España sabe que ellos eran los listos, además de honrados. Que no se nos olviden sus nombres ni su ejemplo.

Ya sabemos que existen los que se lo gastaban en caprichos lujosos e incluso masajes filipinos. Castiguemos a los «malos» pero no dejemos pasar sin más a los que fueron ejemplares. Ellos nos recuerdan que hay esperanza. Ellos tuvieron a su alcance el maná y se resistieron a la tentación de tener gratis un reguero de caprichos.

Siempre parece que los buenos son menos, pero yo creo que no lo son, solo son más anónimos y están más escondidos porque la humildad es otro rasgo del buen servidor público.

Es verdad que salimos de una España en la que durante años el que no se enriquecía rápido, aunque fuera robando, era tomado por tonto. Yo me quedo con tantos ciudadanos anónimos que hacen las cosas bien, incluido jugarse la vida, para que los demás mantengamos tranquilidad y la esperanza.

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