Integrantes residuales de dos aficiones de sendos equipos de fútbol quedan tres horas antes de un partido para darse una paliza mutua, sálvese quien pueda, a base de barras de hierro y otros instrumentos similares. Así, sin más. Solo por el mero hecho de que a uno le gustan unos colores y a otros, el del contrario. No busquen una explicación lógica y razonable, porque aquí no hay nada ni de lógica ni de razón. Es tan primitivo como se lo están imaginando. Sencillamente, impresionante.
¿Deporte? No, mejor llámenlo cita entre salvajes para arreglar sus problemas diarios a base de mamporros que de vez en cuando acaba en una cita con la muerte. Para concretar un poquito más, nueve fallecidos en las últimas tres décadas. Todo por el fútbol.
Acostumbrados como estamos a que los partidos de fútbol, sobre todo los de «fúrbol», sean la vía más sencilla para soltar la adrenalina acumulada durante toda la semana por los hinchas, radicales o no, porque seguro que usted habrá visto como yo a su vecino de asiento, aparentemente tan normal, ir al campo a insultar sin parar a todo el que se mueve en pantalocillo corto, especialmente si es el que decide si esa jugada ha terminado o no en penalti, cada tres o cuatro años nos levantamos con la sombra de que un hincha, radical o no, ha muerto defendiendo sus colores. Apuñalado, arrojado a un río o váyase usted a saber cómo y por qué, pero con violencia de por medio.
Esto pasa en el siglo XXI pero no es nuevo. Años ha eran los duelos, donde dos individuos se daban cita en el campo, un arma en la mano cada uno, y resolvían sus diferencias cuando uno mataba a otro. Por una cuestión de honor, decían. Había que ser bestia. Las cosas no han cambiado mucho. Ahora se juntan en grupo porque quizás la cobardía se vende mejor a pares y es preferible ir acompañado que solo, pero se citan a través de las redes sociales o por mensajes telefónicos y se juntan para molerse a palos e incluso hasta matarse. ¿Hay algo más divertido que eso para un fin de semana?
No se vayan a los equipos de relumbrón, no, que lo de los mayores lo copian los pequeños también. Ahora nos cansaremos de escuchar durante días que los clubes deben erradicar a los ultras, de derechas y de izquierdas, de sus gradas y tal y tal…
Pero mañana será otro día y pasado también. Y volverán las oscuras golondrinas y el fútbol nos seguirá poniendo tanto que mi vecino, tan normalito y calladito como es él, seguirá sentándose en su lugar cada domingo y verá en el de negro a su jefe, al cabrón de su compañero y… Y no parará de blasfemar por la boca. Con su hijo en el asiento de al lado, por cierto. Un pequeño caldo de cultivo, sin más.
Nada comparable, por supuesto, a los animales que tienen una cita con la muerte a base de barras de hierro o armas que llevan balas, disparan y matan. Por supuesto que no. Éstos buscan la violencia porque sí, los otros solo sueltan sus problemas a base de insultos, termina el partido y se van a su casa con los mismos problemas, o más, con los que entraron al campo. A los primeros hay que expulsarlos, pero eso es algo que deben hacer los clubes y la Policía; a los segundos hay que acostumbrarse si no pasan de ahí.
Los domingos, por el fútbol, me abandonas…
cesardelrio@encastillalamancha.es