En su tradicional mensaje de Nochebuena, el rey Juan Carlos ha hecho un llamamiento a los políticos para que, «sin renunciar a sus ideas», dialoguen y lleguen a acuerdos que beneficien a toda la ciudadanía. Los dirigentes de los principales partidos han elogiado esas palabras del monarca, pero lo que vemos cada día permite vaticinar que no le van a hacer ni caso, aunque todos dirán lo contrario. Como en otras ocasiones.
El Papa Francisco, en su primer mensaje de Navidad, también ha hecho un llamamiento a las partes en conflicto para que pongan fin a la cruel guerra de Siria y otras guerras que avergüenzan al mundo, entre otros asuntos. Pero tampoco hay motivos para ser optimistas, sino más bien para todo lo contrario: los intereses económicos y políticos van a mantener vivos los conflictos bélicos, sin que parezca importar nada que en ellos mueran miles y miles de personas inocentes.
Las palabras del Rey y las del Papa pueden ser aplaudidas por quienes estén de acuerdo con ellas, criticadas por los que consideren que deberían haber dicho más o, simplemente, respetadas porque no causan daño. Pero los mensajes de buena voluntad y las palabras no sirven de nada si no van acompañadas de acciones concretas por parte, sobre todo, de los responsables políticos. En España y en el mundo.
LOS PARADOS
Tanto los defensores de la monarquía parlamentaria española como los partidarios de que se instaure la III República coincidirán en que el monarca ha dicho algunas cosas que el Gobierno debería tener en cuenta. Además de su llamamiento al diálogo, quiero destacar su referencia a la creación de empleo: «Para mí, la crisis empezará a resolverse cuando los parados tengan oportunidad de trabajar», ha dicho.
José Luis Rodríguez Zapatero se resistió durante un año a pronunciar la palabra crisis, hasta que no tuvo más remedio que reconocer que estábamos metidos de lleno en ella y que él iba a adoptar medidas contrarias a su programa electoral, obligado por la Unión Europea.
Mariano Rajoy y sus ministros dicen y repiten que ya hay algunos brotes verdes, que comenzamos a ver la luz al final del túnel y que las medidas aprobadas por el Gobierno en distintas áreas, protestadas por buena parte de la ciudadanía, nos están llevando a superar la crisis. Es cierto que ya hay algunos síntomas de que la situación económica empieza a mejorar. Pero esos síntomas todavía no crean empleo y, con casi seis millones de personas sin trabajo, el Gobierno no debería repetir tanto eso de que las cosas ya están encauzadas por el buen camino y empiezan a mejorar. Para muchos ciudadanos la situación continúa igual de mal, e incluso dramática en muchos casos.
LOS BANCOS SÍ GANAN
Para los bancos, que durante la crisis han ganado más dinero, sí ha habido una mejoría. Y para algunas grandes empresas. Y para las exportaciones, que han aumentado porque los precios son más competitivos a costa de haber reducido demasiado los salarios.
Pero la situación no ha mejorado aún para los trabajadores autónomos y las pequeñas empresas, que no consiguen créditos de los bancos aunque éstos dicen que sí los conceden; ni para los seis millones de parados; ni para los jóvenes que tienen que marcharse al extranjero porque aquí no encuentran trabajo; ni para miles y miles de personas que se ven obligadas a acudir cada día a los comedores sociales y a organizaciones como Cáritas u otras para cenar, pedir algo de comida o poder pagar el recibo de la luz…
No es demagogia, es la realidad. No se trata de ser pesimistas, pero tampoco hay que lanzar las campañas al vuelo porque, como ha dicho el monarca, hasta que los parados no tengan la oportunidad de trabajar no se puede decir que la crisis económica ha empezado a resolverse.
UN ACUERDO NECESARIO
Si el Gobierno y la oposición se pusieran de acuerdo en que éste es el principal problema y buscaran soluciones juntos, otro gallo cantaría. Mientras no lo hagan, el Rey seguirá con sus llamamientos al diálogo y los políticos culpándose unos a otros de la situación, al mismo tiempo que millones de personas no llegarán a final de mes o, en muchos casos, ni siquiera al principio porque no reciben ningún ingreso y viven de la caridad.
Del mensaje que ha pronunciado el Papa, con motivo de su primera bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo) se puede decir casi lo mismo. Sus deseos de que acaben las guerras o que no se repitan tragedias como los centenares de inmigrantes ahogados en aguas de la isla de Lampedusa se quedarán en palabras y buenos deseos, porque muchos mandatarios de todo el mundo van a seguir defendiendo sus intereses personales antes que los de la ciudadanía a la que representan.
A pesar de todo, hay que confiar en que algún día van a cambiar las cosas. En España y en el mundo. Pero para eso, además de las palabras del Papa y del Rey, se necesitan acciones por parte de todos, cada uno en la parte que le corresponda.
La presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, ha apostado en su mensaje navideño por el consenso entre las fuerzas políticas para afrontar el año próximo.
Como declaración está bien, pero esas palabras son poco creíbles porque chocan con lo que ocurre habitualmente en esta región. Un ejemplo: el PP ha decidido algo tan importante como reducir el número de diputados en las Cortes regionales -con lo que impedirá que entre la tercera fuerza política- únicamente con sus votos y sin consensuarlo con el PSOE. Unos responsabilizan a los otros y éstos últimos a aquéllos, pero la realidad es esa.