miércoles, 2 de octubre de 2024
23/07/2015junio 8th, 2017
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«Puta barata podemita», «lamepollas del PSOE», «ser peor que el ébola», «los rojos que comentan son peor que la lepra» son expresiones que por sí solas descalifican a quien las emplee, incluso aunque no fueran hechas en un foro público y por alguien que no ostentara un cargo de representación de los ciudadanos. Dichas, o puestas en Facebook, por un alcalde, la cosa es aún mas grave y es inadmisible, aunque haya pedido perdón.

El alcalde de Villares de Saz, José Luis Valladolid, ha hecho tristemente famoso a su pueblo y ha demostrado ser más que un bocazas.


Ni es el primero, ni el único, ni el último que ofende con sus expresiones y deja al nivel del betún a un representante público. Ningún partido o colectivo está libre de que se produzcan situaciones como esta, porque la sociedad misma está plagada de intolerantes y deslenguados. Por eso es fundamental que cuando se  produce un episodio de este tipo sea cortado de raíz y el PP está obligado a actuar. Como si la mencionada hubiera sido la mismísima María Dolores de Cospedal.

De nada sirven los buenos propósitos de regeneración política y recuperación del afecto de los ciudadanos hacia los partidos si incidentes como estos se siguen sucediendo y se quedan sin corregir.

Gente intolerante hay en todos lados, no solo en los partidos políticos, pero la política es un caldo de cultivo para que muchos de ellos den rienda suelta a su pensamiento excluyente y sectario y su repercusión no tiene nada que ver con lo que sucede con ninguna otra actividad. La práctica del «y tú más» que muy especialmente los grandes partidos han venido ejerciendo ha alejado a millones de ciudadanos de sus recetas y argumentarios.

Hoy PP, PSOE y otros partidos se quejan de la falta de respeto por su tarea y de la exigencia inasumible para sus representantes. Tienen razón, la política se está poniendo imposible, pero se olvidan de que fueron ellos los que nos enseñaron, a base de seguir su ejemplo, a insultar al contrario sin piedad, ni motivo. Fueron ellos los que nos azuzaron para ponerlos a caldo a la más mínima, porque les vimos hacerlo sin que mediara razón contra sus semejantes de otras siglas e ideologías.

Es cierto que se ha impuesto a los políticos un listón de sacrifico y ejemplaridad imposible de cumplir y una necesidad de transparencia que a veces roza el absurdo y que acabará por incluir como obligatorio que un cargo tenga que hacer público en su agenda cada vez que va a tomar un café o al baño. 

Son los viejos partidos, y los nuevos siguen su camino en este despropósito, los que nos han enseñado a los demás a despreciar el valor de la política y el de quienes la ejercen. A base de escucharles a ellos, los políticos, exagerar los fallos del contrario, pedirles imposibles, insultar gratuitamente cualquier comportamiento y generalizarlo aunque fuera excepcional, muchos ciudadanos han llegado a la conclusión de que todos son iguales: ¡casta!, se impone como denominador común.

Son los partidos políticos los que a base de negarse el pan y la sal han llevado al ciudadano a retirársela a todos en general, sin excepción, con razón o sin ella. El común mortal ya no olivda ni perdona, azuzado y de mala leche por los efectos de una terrible crisis que ha empobrecido a las clases medias, mientras veían como los mayores culpables, dirigentes políticos, económicos y financieros se iban de rositas en la mayoría de los casos.

Hoy se lamentan quienes se dedican a la cosa pública de lo difícil que es hacerse explicar o entender, del odio social que despiertan y de la incomprensión ciudadana con la que topan. Y tienen razón, pagan justos por pecadores. Pero se les olvida que el terreno lo abonaron ellos exagerando, cuando no inventando, fallos en el partido ajeno y pidiendo dimisiones a mansalva, justificadas o no, mientras las negaban en las filas propias por las mismas causas que solicitaban las de los demás. Durante años todo ha valido si servía para desgastar al contrario.

De aquellos barros, estos lodos. Pero en este contexto se hace insostenible que gente como el alcalde de Villares de Saz pueda seguir representando a nadie. Es mucho más que un bocazas. Si él sigue, otros lo pagarán dentro de no mucho tiempo, porque el listón cada vez será más inalcanzable.

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