“Dadme el iPad para votar (en el Senado)”. Es lo que dijo Jesús Fernández Vaquero aún en la UCI y al despertar de la gravísima operación a corazón abierto con la que se le intentó salvar la vida unos días antes de su fallecimiento el miércoles 24 de marzo. La anécdota la contó el presidente de la Junta, Emiliano García-Page, en el homenaje organizado por las Cortes de Castilla-La Mancha, que contó con la presencia de la presidenta del Senado, Pilar Llop.
Page protagonizó esa ceremonia institucional de despedida, reducida por los protocolos sanitarios de contención del coronavirus. Amigos inseparables y colaboradores estrechos durante más de dos décadas, prácticamente familia después de tantos años en los que compartieron éxitos, fracasos, luchas, acuerdos y desacuerdos.
Fue un acto sobrio, pero con los sentimientos a flor de piel en la mayoría de los invitados. Jesús Fernández Vaquero nunca dejaba indiferente a nadie, en eso hay consenso. Y la mayoría de los rostros que allí estaban reflejaban un sincero pesar por la muerte temprana de una persona especial. Las lágrimas no eran de cocodrilo el jueves en las Cortes. Al menos en la mayoría de los casos, aunque siempre hay quien falta y quien sobra en estas ocasiones, al menos si le hubieran preguntado al político fallecido, un manchego de nacimiento y talante.
Miembros del Gobierno de Castilla-La Mancha, del parlamento regional y del Senado, así como la alcaldesa de Toledo, estaban en la despedida. Milagros Tolón había estrechado lazos con Vaquero y acompañó a la familia en todo momento, hasta el entierro de sus cenizas en el cementerio de Turleque (Toledo), localidad natal de Jesús.
Un político especial, una humanidad desbordante
Es fácil reconocer a Jesús Fernández Vaquero en las palabras de su sucesor en la Cámara castellano-manchega, Pablo Bellido, presidente de las Cortes regionales. “Me ha dicho la presidenta del Senado que si no hubiera sido por la pandemia Jesús se hubiera hecho con el mando de la Cámara en comidas, reuniones y conversaciones…”.
Sí, así era. Por dura que fuera la situación, el ser humano siempre salía a flote. Ya fuera para hablar, negociar, pelear, discutir o acordar. Político de raza y espíritu de Transición, hacedor de acuerdos imposibles, nada daba por perdido ni por ganado. Hombre de una gran inteligencia, que como decía Page, “cuidó siempre más de los demás que de sí mismo”.
Le apasionaba la política, pero también la vida y todas sus circunstancias. Todos le dijimos alguna vez tienes que cuidarte más… Y todos sabíamos que se descuidaba demasiado. La talla «M» de la vida y de la política no iba con él.
El alto precio pagado
Dotado de una gran inteligencia, que dedicó a la política, pero también a las relaciones humanas, estoy convencida de que intuyó su propio final… Pero, si fue así, ni siquiera se rindió ante una evidencia que crecía mes tras mes: “¿Voy a poder seguir haciendo política?”, preguntó a su médico tras la última operación. Ambos se emplazaron para el Corpus de 2022… No podrá ser. Pero también es cierto que la política reservó a Jesús Fernández Vaquero el papel de sus hijos predilectos: pudo ser prácticamente todo lo que quiso ser. Aunque el precio lo pagara su salud y las horas «robadas» a la familia.
Fue siempre consciente de las renuncias personales, del sacrificio y del talante de Manoli Maqueda, su esposa, su compañera y gran apoyo. Es fácil entender su desconsuelo y el de sus hijos. Y, sin duda, el último hijo en llegar, al que no concibió, pero cuidó, enseñó y quiso como uno más de sus vástagos. Naturalmente me refiero a Fernando Muñoz, “Cuco”, hoy vicepresidente de la Diptuación de Toledo, 23 años si despegarse el uno del lado del otro. Un cálido abrazo a todos vosotros.
Indiferente al mal de altura
Los periodistas veteranos en la capital conocimos en profundidad a Jesús Fernández Vaquero, aunque probablemente era él quien mejor nos conocía a nosotros. El caso es que nos caía bien. Sabía ganarnos, porque nunca se negaba a hablar ni se le subió el poder a la cabeza por mucho que llegase a acumular. Carecía de esa afectación ridícula tan habitual cuando se pisa moqueta. Es más, se burlaba de quienes caían en ella. Y se empeñó en parar algunos abusos de arribistas, tan típicos y tópicos del mal de altura.
Carismático, desbordante, grande…
Personalmente lo entrevisté en numerosas ocasiones y nunca defraudó, porque siempre daba la cara. Con poder y sin él. Disfruté de su conversación a lo largo de todos estos años, creo que de su afecto. Él, desde luego, se ganó mi respeto y mi cariño, fraguado cada uno en su lugar, solo que yo tuve la suerte de ser la que aprendía.
Carismático, desbordante, grande de físico y de corazón… Justo el órgano que parecía su fuerte fue el que falló. A mí no me sorprende que se haya ido precisamente por su culpa. Latió tanto y tan intensamente que gastó toda su batería antes de tiempo. Demasiado pronto, sí.
Descansa, Jesús. Aquí te recordaremos siempre.