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13/03/2014junio 9th, 2017
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El Índice Europeo de Igualdad de Género dice que en los campos del trabajo, dinero, conocimiento, tiempo, poder y salud la mujer está peor que el hombre en los 27 estados de la Unión Europea.

Dentro de esas áreas, la mayor igualdad se produce en salud y la menor en la disponibilidad de tiempo. Se dan circunstancias tan curiosas como que el número de mujeres con titulación universitaria y en formación continua es mayor que el de varones. Sin embargo, el poder político y económico sigue en sus manos; las masculinas, claro. Muy especialmente el económico, donde las presencia de féminas en los consejos de administración o las instituciones económicas de carácter europeo o global parece más bien una nota de color. Ni más ni menos que 90 a 10 ganan los hombres a sus compañeras si se trata de ocupar una plaza en algún Consejo de Administración Importante.


Suecia, Dinamarca, Finlandia y Países Bajos son los países más “iguales”. España ocupa el puesto 10 de la tabla, con 54 puntos de los 100 posibles y justo por detrás de Irlanda y por delante de Alemania, para que vean que no siempre desarrollo va ligado a igualdad y que éste es un reto complejo, lento y, por lo tanto, nos va a exigir plazos muy largos conseguir el objetivo.

No hace falta llegar a lo peor y lo más grave para concluir que la situación de la mujer en España y en el mundo, incluso en los países más desarrollados y ricos, es manifiestamente mejorable en el Primer Mundo y sigue siendo dramática en el Tercero.

Si, como ha dado a conocer un reciente estudio, una de cada tres mujeres europeas ha experimentado violencia física y/o sexual, no sorprenderá que más de 64 millones de niñas en todo el mundo son niñas casadas.

Si donde están asentados la democracia y el imperio de la ley no se consigue acabar con la más injusta de las desigualdades, la que se produce entre hombres y mujeres, qué podemos esperar donde el fanatismo, la corrupción y la pobreza son el pan de cada día.

Cada ocho de marzo nos acordamos de las mujeres y en las inmediaciones de esa fecha proliferan estudios que nos recuerdan la mucha tarea que queda por hacer, pero después la situación de la mujer desaparece como un contenido habitual de los medios de comunicación y de las agendas políticas. A lo largo del año, salvo excepciones muy puntuales, las mujeres solo aparecen en las crónicas de sucesos, cuando son protagonistas de algún hecho luctuoso como su muerte a manos de sus parejas, ablaciones de niñas subsaharianas y malos tratos físicos y psicológicos cuando estos se denuncian y cuentan con suficientes “ingredientes” para romper la barrera de la actualidad política, económica o deportiva, que son las que mandan.

Todos somos culpables y aunque unos medios somos más sensibles que otros ante la situación y su difusión, ésta es una tarea que tenemos mejorar. Y desde hoy, como responsable de este periódico, me comprometo a ello.

Quizás cuando el 8 de marzo de 2015 escriba mi artículo sobre tan universal fecha no pueda contar que las cosas han mejorado mucho, pero al menos habremos contribuido a que sea un contenido habitual y, por lo tanto, habremos puesto nuestro granito de arena para que se acabe convirtiendo en ocupación y preocupación permanente de la sociedad y sus gobernantes.

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