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viernes, 22 de noviembre de 2024
Deberían ser más humildes todos - 11 febrero 2019
Mar G. Illán Mar G. Illán

Me encuentro entre los españoles que no entendieron nada cuando la vicepresidenta del Gobierno de España, Carmen Calvo, explicó en qué consistía la figura del relator que se iba a incorporar a la fallida mesa de partidos que tenía como objetivo facilitar un acuerdo que permitiera sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y avanzar -se supone que en positivo- en encontrar una solución al problema de Cataluña.  Ni entendí la definición que daba del relator ni, por supuesto, la necesidad de esa figura en unas conversaciones entre partidos y mucho menos en las conversaciones del Gobierno de España con el de una de sus comunidades autónomas, por histórica que sea.

Es más, no solo es que no entendiera a Carmen Calvo, es que me sentí ofendida, indignada y enfadada con la vía que tomaba el asunto de la llamada «cuestión catalana», porque todo parecía indicar hace tan solo unos días que Pedro Sánchez estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de sacar adelante los Presupuestos y salvar la legislatura bajo su presidencia.


Con cierta chulería, Carmen Calvo pronunció un «no han entendido nada» a quien lo criticaba. Pero a mí me parece que era la vicepresidenta la que no estaba entendiendo nada. Pensé que ni podía contar lo que sabía ni sabía explicar lo que sí podía compartir.

La amplísima contestación que el Gobierno percibió a su iniciativa forzó a dar marcha atrás y romper las conversaciones con los independentistas apenas 24 horas después del episodio del relator. Dentro y fuera del PSOE hubo una respuesta negativa tan contundente que el Gobierno «entendió» y dio marcha atrás. Sin ninguna manifestación callejera.

Defiendo que cualquiera salga a la calle a expresar su opinión. Pero cuando se convoca para hacer más ruido que para sacar nueces, me parece que entramos en un terreno que nunca da buenos resultados y, mucho menos, soluciones.

Ni fácil ni rápido ni cosa de una sola parte

Fueran 45.000 o 160.000 los ciudadanos que se manifestaron ay en Madrid el 10F, a mí me parecen muchísimos. No tantos como para tumbar un gobierno, pero sí más que suficientes para tener en cuenta su opinión, que es la de que no se deben hacer concesiones al soberanismo que pongan en riesgo -o simplemente en duda- la unidad de España.

Yo creo que eso lo piensan la mayoría de los españoles. Los que se manifestaron y los que no. Pero creo que los organizadores pensaban más en adelantar elecciones en la confianza de que su triple alianza echará a Pedro Sánchez del Gobierno que en creer de verdad que tienen la solución al problema catalán.

Desde luego, ni la puede aplicar el PSOE sin los demás. Ni los demás sin el PSOE y Podemos. Todos saben que no es fácil ni rápido ni cosa de un solo partido acabar con la situación desencadenada en Cataluña por los independentistas. Ni siquiera es sencillo reducir el problema y devolverlo a la vía institucional y constitucional.

Con Cataluña se ha probado de todo y todo ha fracasado… Ni con el palo ni con la zanahoria

La verdad es que con Cataluña se ha probado de todo y todo ha fracasado. Ni sirvió el diálogo que impulsó Soraya Sáenz de Santamaría con la aquiescencia de Mariano Rajoy ni dio resultado la aplicación del 155 apoyada unánimemente por PP, PSOE y Ciudadanos. Y, por el momento, el Gobierno de Pedro Sánchez tampoco ha dado con la respuesta. Pero sí han hallado una vía de escape de votos si persiste en el camino de los relatores o similares.

El problema está sin resolver desde que empezó a engendrarse siglos atrás. La cuestión catalana se ha reprimido en diversos momentos y etapas de la historia de España, pero resolverse… Hasta ahora, no. Nadie. Ni con el palo ni con la zanahoria. Nadie ha encontrado la fórmula. Así que creo que deberían ser todos bastante más humildes cuando hablan de ello, porque todos han fracasado con todos los modelos puestos hasta ahora en práctica. Ni con el palo ni con la zanahoria se ha podido resolver la cuestión de Cataluña.

El «a río revuelto, ganancia de pecadores», nunca es aconsejable. No se sabe nunca cuánto daño puede hacer un río que baja revuelto y mucho menos a qué pescadores se va a llevar por delante ni quiénes conseguirán capturas. Las riadas son generalmente un desastre para la mayoría, aunque siempre haya alguien que puede sacar partido de ellas.

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