Los resultados de las elecciones generales del 26 de junio demuestran, para empezar, dos cosas: la primera, que los partidos políticos están obligados a entenderse, olvidándose de sus intereses partidistas y personales, para que España tenga lo antes posible un Gobierno estable; la segunda, que Mariano Rajoy es quien debe iniciar con urgencia las conversaciones con los demás, para conseguir los votos o las abstenciones que necesita para ser investido presidente, porque su partido ha ganado las elecciones con gran diferencia sobre el siguiente, el PSOE.
El PP ha incrementado sus votos en todas las provincias y ha subido de 123 a 137 diputados; el PSOE ha tenido más votos solo en 14 provincias, aunque en algunas han sido muy pocos más, y ha perdido cinco de los 90 diputados que logró en diciembre; Unidos Podemos ha perdido más de 1.100.000 votos y se ha quedado con los 71 diputados que tenía, y Ciudadanos ha perdido votos en toda España, excepto en dos provincias, y tiene 32 escaños, ocho menos que antes.
Cada uno cuenta la feria según le va en ella, pero los datos no tienen vuelta de hoja, gusten o no: el PP ha ganado las elecciones y tiene 52 diputados más que los socialistas; y el PSOE, pese a perder votos y escaños, se mantiene como primer partido de la oposición, porque ha logrado conservar el segundo puesto que las encuestas daban por perdido.
EL PP Y EL VOTO DEL MIEDO
Durante la campaña electoral, Rajoy y los dirigentes de su partido han repetido a diario que si ganaba Unidos Podemos llegarían al Gobierno «los comunistas» e instalarían un régimen como el de Venezuela. El voto del miedo les ha beneficiado.
Los muchos casos de corrupción en los que están implicados ex dirigentes y ex cargos públicos del PP, y el propio partido -por su presunta financiación ilegal-, no le han pasado factura, posiblemente porque una parte de su electorado dejó de votarles en diciembre pero ahora ha considerado que era preferible reforzar a este partido ante el temor de lo que pudiera ocurrir si gobiernan otros.
Con Ciudadanos ha ocurrido algo que era previsible: una parte de sus votantes procedía del PP y ha vuelto a votar a este partido, para no dividir a la derecha. Habrán pensado que, si tienen al partido original de derechas, ¿para qué votar a una copia, auque ésta sea más moderna y tenga un líder más joven y mejor valorado?
EL FRACASO DE UNIDOS PODEMOS
Unidos Podemos ha fracasado en sus expectativas, aunque sus líderes se niegan a pronunciar la palabra «fracaso», porque la unión entre Podemos, sus confluencias, Izquierda Unida y una decena más de pequeños partidos se ha quedado con el mismo número de diputados que tenía y ha perdido muchos votos, pese a que han votado menos electores.
Algunos dirigentes de Podemos se han quedado muy sorprendidos con ese resultado y dicen que no saben a qué se debe. Pero algunas causas están claras.
Para empezar, una parte de militantes y votantes de IU no aceptó que su líder, Alberto Garzón, fuera relegado al quinto puesto en la candidatura por Madrid, y que en el resto tuvieran muy pocas encabezadas por ellos. Una parte de Podemos rechazó que se coaligaran con IU, una formación claramente de izquierdas, porque ellos querían pescar votos en todos los caladeros, no solo en la izquierda tradicional.
EL RECHAZO A PABLO IGLESIAS
A eso hay que añadir, aunque ningún dirigente de Podemos lo reconoce en público, el rechazo que produce Pablo Iglesias en una parte del electorado de izquierdas, incluso entre simpatizantes de su partido, por su actitud prepotente y falta de humildad en alguien que casi acaba de empezar en la vida política, aunque durante la campaña se ha moderado. El mismo día 26, tras depositar su voto, no se limitó a pedir a la ciudadanía que acudiera a votar, como hicieron todos los candidatos, sino que se atrevió a decir que ya estaban «tocando con los dedos» ganar las elecciones.
Esos resultados, hay que repetirlo, obligan a los partidos políticos a entenderse para que se constituya un nuevo Gobierno. Y para eso deben actuar con altura de miras, sentido de la responsabilidad y generosidad. Si no lo hacen y obligan a covocar unas terceras elecciones, cometerán uno de los mayores errores de la historia política de este país.
Rajoy sabe que debe ofrecer propuestas concretas a los demás partidos para que le permitan ser investido presidente de nuevo, que no podrá continuar con la política de aprobar leyes solo con los votos de su partido y que el diálogo debe ser el eje sobre el que gire el nuevo Gobierno, no sobre el rodillo de la mayoría absoluta y el decreto-ley como ha ocurido en los últimos cuatro años. ¿Lo hará?