No es la primera vez, y me temo que no será la última, que las Cortes de Castillla-La Mancha viven una tangana parlamentaria más propia de ultras de campo de fútbol que de diputados que se sientan en la Cámara depositaria de la soberanía popular, cuya representación ostentan.
Las Cortes no están para esto.
Ni siquiera es el de Castilla-La Mancha el único parlamento donde se dan estos «sálvame» parlamentarios, circunstancia que no disculpa lo sucedido a última hora de la tarde del jueves, día de sesión plenaria, y que provocó la finalización precipitada de la misma.
No hay disculpa para nadie. Especialmente para los que tienen la responsabilidad de que las cosas salgan bien. Ni como oposición, el PSOE, ni como grupo que apoya al gobierno, el PP, pueden justificar su comportamiento, aunque los dos encuentren razones para condenar la actitud del contrario.
El caso es que las Cortes no están para esto.
En cualquier actividad humana en la que participa un grupo siempre hay alguien que tiene que poner más cabeza. Siempre. Y en las instituciones públicas, el seny le corresponde al Gobierno. Entre otras cosas porque si la oposición se equivoca, lo pagan ellos; pero si se equivoca el Gobierno, lo pagamos todos.
Las Cortes no están para esto, señores. Así que no se dediquen a justificar lo injustificable sino a corregirlo. Quiero creer que en eso están.
El nivel parlamentario ha bajado y sus señorías parecen encontrarse más seguras exhibiendo lenguaje y gestos más macarras, porque esos están al alcance de cualquiera. A Belén Esteban no se la echaría de menos en algunas sesiones.
El PP no está aún cómodo en el Gobierno y viste modales de dura oposición. Y, desde luego, el PSOE no está nada a gusto en los bancos de la oposición, donde siguen ocupando plaza los autores materiales e intelectuales de la herencia dejada tras el peor Gobierno conocido en Castilla-La Mancha.
El PP ha decidido convertir en letanía eterna la queja de la herencia recibida y estira tanto el cántico que cae en el histrionismo y la provocación cada vez con más frecuencia. Si el que manda es el que va provocando, apaga y vámonos. Si se pierden las formas, se acaba diluyendo el fondo.
Sin duda, la herencia que tiene que gestionar el PP es criminal, pero su credibilidad en la denuncia queda comprometida por los hechos.
Y es que el PP ha hablado contra la herencia pero no actuado de ninguna manera contra los responsables del venenoso legado.
Dentro de poco la primera Junta de Comunidades gobernada por el PP liquidará religiosamente la herencia recibida y dejará al corriente de pago las facturas de los excesos, del despilfarro, de los botines de guerra de la oligarquía empresarial que campaba a sus anchas…
Así, los que siempre ganan -algunos siguen ganando- podrán reponerse y estar en perfecto estado de revista para cuando suenen las cornetas de la próxima batalla.
Cuando las palabras no se acompañan con hechos, se corre el riesgo de perder credibilidad y lo que empezó siendo un eficaz mensaje de crítica política se acabará convirtiendo en un cacareo cansino al que no se presta más atención que al de un molesto ruido de fondo.
Por su parte, el PSOE no recuperará la eficacia en su tarea de oposición mientras no se libre de su propia herencia recibida: los jefes de los excesos y el despilfarro; los amigos y aliados de la oligarquía empresarial favorecida desde el poder; los verdugos de periodistas y los carceleros en la época del terror a los medios de comunicación.
Éstos son, además, los primeros en saltar y liarla. Si cuando tenían encomendadas tareas de generales se comportaban como sargentos y pandilleros a nadie le extraña que ahora, en cuanto huelen sangre, se lancen a la tangana.
Aunque nada se puede hacer contra quienes han resultado elegidos para cuatro años… ¿Es necesario que se les vea tanto?
Los responsables del PSOE hoy saben de su desventaja estratégica. El Grupo Parlamentario es un mal con el que tienen que cargar, otro mundo distinto que se intenta construir desde la Ejecutiva regional, donde Emiliano García-Page ha dado orden de no insultar nunca al contrario.
Pero espectáculos como el del jueves no benefician ni al Gobierno ni a la oposición.