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09/04/2012junio 13th, 2017
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La ley electoral regional vigente envenenó las relaciones políticas entre el PSOE y el PP la legislatura pasada y por lo que se ve ésta va a pasar lo mismo si alguien no le pone cabeza al asunto y lo remedia.

Otra vez Castilla-La Mancha dando la nota a cuenta ni más ni menos que de una ¡ley electoral!, ¡las reglas de juego! cuando la política se desarrolla en democracia. Otra vez llamando la atencón de toda España por empeñarnos en escribir torcido lo que más claro debe quedar transcrito con rango de ley.


Otra vez la tentación caciquil de aprovechar el viento a favor para presentar una ley que adolece de los mismos defectos que la anterior con el agravente de que llueve sobre mojado. Que José María Barreda hiciera lo mismo no es un atenuante, sino un agravante en la actuación del PP, que por haberlo sufrido y prometido cambiarlo no tiene disculpa.

¿A qué estamos jugando? Esto no es un partido de ping pong en el que los ganadores devuelven a los herederos de los perdedores lo que les hicieron sufrir.

La ley electoral de Barreda era injusta, antidemocrática, desproporcionada e insultante en democracia, por muy constitucional que la encontraran en el TC. Dijimos entonces, casi en solitario, que sería una ley ajustada a derecho, pero era una vergüenza de ley en cuanto a valores democráticos. 

¿No hemos aprendido nada?

Parece que no, que no hay problemas suficientes ni campo más que de sobra para la confrontación política. Otra vez a dar la nota. Otra vez a presentar una ley de parte; es decir, partidista, que prima a unas provincias sobre otras sin criterio objetivo alguno, que no es proporcional porque nadie se atreve a darle a Toledo su peso en escaños y que amenaza con envenenar las relaciones politicas otros cuatro años.

¿Para qué? Si el PP gobierna mal no habrá ley electoral que le salve, como ocurrió con el PSOE, que pensó que tenía una ley electoral que le sentaba como un guante y… Ya se saben el final de la historia.

¿Pero no estaba inventado ya lo de la ley electoral? ¿No íbamos a copiar el sistema nacional, que fija un número de escaños por provincia y el resto se reparten matemáticamente a cada circunscripción en función de la población?

Ya sé que la ley lectoral nacional no es perfecta, pero al menos es objetiva. Con ella, las provincias gozan de un número par o impar de diputados a elegir en función de su población y de reglas iguales para todos, no sometidas al partido en el gobierno y al momento electoral de los principales contendientes.

A mí no me convence esa manía de entender el escenario político como un toma y daca, como la demostración de que la venganza es un plato que se sirve frío y priorizando el ajuste de cuentas con el enemigo sobre todos lo demás.

¡Con la que está cayendo ahí fuera y la que queda por caer en los próximos meses!

No hay estrategia ni injusticia sufrida en carne propia que justifique la actuación del Partido Popular de Castilla-La Mancha con su propuesta de una ley que no se parece ni en el forro a la que prometieron.

¿Qué culpa tenemos los demás de que el PSOE lo hiciera antes y de que los socialistas que hoy gobiernan el partido se callaran y protestaran solo en círculos internos?

Pero una cosa es callar siguiendo la disciplina interna (el que esté libre de todo mal que tire la primera piedra) y otra es tener la responsabilidad de promover leyes, que recae en los dirigentes.

No hagamos demagogia con este tema, porque entonces casi nadie podría levantar la voz. ¿Quién no ha tragado sapos en alguna ocasión acatando la llamada disciplina interna de su partido?

¿O es que el PP no puede criticar los desmanes del aeropuerto de Ciudad Real porque en su momento callaron aunque por «lo bajini» muchos se temían lo peor conociendo el modus operandi de su promotores, que siempre fueron los mismos, actuaron de la misma manera y no eran desconocidos cuando llegaron a ese negocio.

Sin duda es un tema a corregir en los políticos, porque los demás entendemos mal el valor que ellos le dan a la disciplina interna cuando significa mirar para otro lado ante una injusticia, una barbaridad o simplemente algún comportamiento censurable. Pero de eso, de momento, no se libra nadie.

En estos casos recuerden que rectificar es de sabios. 

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