La Asociación Profesional de Agentes Medioambientales de Castilla-La Mancha alertaba hace unos días de que lo peor en cuanto a incendios aún no ha pasado. Las altas temperaturas, la sequedad, la distancia temporal con las últimas lluvias y la masiva acumulación de turistas en el medio natural en la segunda quincena de agosto hace que en estos momentos las alertas estén tan altas como en plena ola de calor.
Por eso me parece oportuno reflexionar sobre los incendios y sus devastadores efectos, entre otras cosas porque tengo la sensación de que ni política, ni social ni económicamente se les da la importancia que tienen. Todo el mundo se pone las pilas cuando se dispara el fuego, pero ni antes parece ocupar o preocupar la prevención, ni después; y tampoco sus efectos y sus remedios.
La mayoría de los pueblos que han sufrido las iras del fuego siguen igual años y años, sin que se reforeste ni lleguen ayudas a los más perjudicados.
Hay otros temas más urgentes y los incendios y su daños pasan de largo con el verano, aunque sus consecuencias acompañan durante décadas a los cientos de miles de habitantes afectados por las hectáreas que cada año devora el fuego.
Políticamente creo que es uno de esos asuntos que debería tener un plan regional pactado entre los principales partidos. Y más en una región de más de 80.000 kilómetros cuadrados de superficie, de climatología seca, con muchos factores de riesgo y con provincias que tienen una superficie forestal de gran magnitud.
Esa estrategia regional políticamente acordada debería incluir no solo una planificación de medios humanos y técnicos adecuados, sino que debería incidir en la concienciación. Porque está demostrado que la inmensa mayoría de los incendios se producen por negligencias humanas y, sin embargo, se diría que están peor vistos socialmente y más perseguidos legalmente un fumador o un alcohólico que los que causan incendios. Y eso no puede ser. No tiene sentido, cuando sus daños afectan a miles de personas, al medio natural, ponen en riesgo cientos de vidas cada año y muchas veces la subsistencia de pueblos enteros durante décadas.
En esa tarea de concienciación regional el cuerpo de agentes medioambientales sería de una utilidad impagable. No solo porque conocen el terreno, sino porque están muy ligados al medio natural y suelen ser figuras tan respetadas en los pueblos como el maestro, el médico o el farmacéutico. Me parece fundamental que den charlas en los colegios durante el invierno, una iniciativa que ya se ha implantado en algunas comunidades autónomas.
Y tan importante como en los colegios, la actividad de concienciación la pueden desarrollar entre los adultos porque, especialmente los más mayores, tienen costumbres de las de toda la vida que hoy contravienen la legislación o representan un riesgo mayor que años atrás, cuando la ganadería y la agricultura mantenían los espacios forestales limpios de polvo y paja. Hoy los montes son un polvorín y tareas tan arraigadas como las de quemar rastrojos, poner venenos o cazar «alimañas» revelan la necesidad de una reeducación entre los adultos.
Creo que hay que pensarse mucho reducir la plantilla de los profesionales que como los agentes medioambientales ejercen labores impagables. En el mejor de los casos es pan para hoy y hambre para mañana.
La destrucción del entorno natural es una de las peores ruinas que le pueden caer a un territorio. Cualquier deuda económica, por grande que sea, se paga antes de lo que se recupera una zona destruida.
La investigación de la causas es otra tarea fundamental que se ha mermado, según denuncia en una entrevista que publicamos en portada Luis Díaz Villaverde, el presidente en Castilla-La Mancha de la asociación que engloba a los agentes medioambientales. Saber si, por ejemplo, hay un tendido eléctrico defectuoso en un municipio que puede provocar incendios y comunicarlo; o detectar si algún tipo de maquinaria agrícola desprende excesivas chispas y hay que legislar al respecto son tareas que solo pueden hacer quienes están sobre el terreno. A mí me parece que son fundamentales.
En fin, no soy ninguna experta. Pero el sentido común y la preocupación por lo que pasa me han llevado a estas reflexiones que comparto por si sirven para mejorar la lucha, en verano y en invierno, contra la lacra de los incendios.
Y si no sirven, vaya por delante mi reconocimiento a la sabiduría y el valor de todos cuantos arriesgan su vida para conservar el lugar donde vivimos los demás.