El vergonzoso espectáculo que han protagonizado Donald Trump y los más fanáticos de sus seguidores, al irrumpir en el Capitolio de Estados Unidos cuando iban a proclamar vencedor de las elecciones a Joe Biden, es consecuencia de su peligrosa manera de gobernar caprichosamente, sin respetar la democracia, a golpe de tuit y dividiendo a la ciudadanía entre buena y mala. Eso es lo que ha hecho durante sus cuatro años de mandato el polémico presidente estadounidense, quien pasará a la historia como un mentiroso y un peligro para su país y para el mundo.
Donald Trump lleva dos meses negándose a aceptar el resultado de las elecciones del 3 de noviembre, que ha ganado Joe Biden, y diciendo sin ninguna prueba que ha habido un fraude en su contra al contar los votos. Ha presentado más de 60 denuncias en juzgados de distintos estados y todas han sido rechazadas porque no tenían ningún fundamento, e incluso el Tribunal Supremo -con una mayoría de magistrados de su confianza- le ha dicho que no tiene razón en sus reclamaciones. Ha obligado a recontar hasta tres veces los votos en distintos lugares, y en todos ellos se ha confirmado el triunfo de Biden. Incluso algunos destacados miembros de su partido y su Gobierno le han dicho que no existen motivos para sospechar, pero él ha seguido erre que erre repitiendo que le han robado un imaginario triunfo que solo está en su mente y no en el número de votos.
Donald Trump incitó a sus seguidores a ir al Capitolio que asaltaron
El día 6 de enero, mientras los senadores y congresistas estaban reunidos en el Capitolio en sesión conjunta para proclamar la victoria de Joe Biden, el todavía presidente Trump animaba a sus seguidores en un mitin a que marcharan hacia allí para impedir la proclamación de quien le ha ganado en las urnas. Una actitud increíble en cualquier demócrata que esté en su sano juicio.
Es difícil contener a los fans de una estrella de la canción o a los fanáticos de un político como Trump y, tras su arenga, ocurrió lo que era previsible: con tanta insistencia en decir que le han robado las elecciones, aunque sin ningún fundamento, varios miles de sus enardecidos seguidores llegaron hasta el Capitolio -donde se encuentran las sedes del Senado y de la Cámara de Representantes- con la intención de entrar y detener la proclamación de Biden.
Unas cuantas docenas de esos seguidores rompieron las barreras de seguridad, ante una muy cuestionada actuación de la Policía, y lograron entrar en las dependencias destrozando cristales y ventanas. Resultado: cinco personas muertas (una de ellas, por un disparo), 14 policías y varios civiles heridos, medio centenar de detenidos y, sobre todo, un tremendo daño a la democracia del país que siempre presume de ser el modelo perfecto de democracia para el mundo.
Si no se puede calificar de un intento de golpe de estado a lo que han protagonizado esos fanáticos seguidores de Donald Trump, alentado por el todavía presidente, la verdad es que se le parece mucho. Es cierto que les faltaba la planificación y organización que requiere una intentona golpista, pero también lo es que han querido impedir la proclamación de quien ha ganado las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos, saltándose las normas a la torera y de manera violenta. Han querido parar la democracia.
Por las redes sociales ha circulado este titular del periódico Daily Nation, el más importante de Kenia: Who’s the banana republic now? (¿Dónde está ahora la república bananera?). Las imágenes del asalto que se han visto en todo el mundo dan pie a hacerse esa pregunta.
Dudas sobre la salud mental de Trump
Lo que millones de ciudadanos de todo el planeta han visto son unos hechos inconcebibles en un sistema democrático, como también es increíble que hayan sido instigados por el presidente de ese país. En Estados Unidos hay políticos que ponen en duda públicamente la salud mental de Donald Trump y otros, incluso de su Partido Republicano, piden su destitución inmediata sin esperar a que el 20 de enero tome posesión Joe Biden. También hay quien reclama que la Justicia actúe contra él, tanto por las investigaciones que tiene pendientes por sus problemas con la Hacienda Pública como por su presunta responsabilidad en el asalto al Capitolio.
Tanto ha insistido Trump en su acusación sin pruebas de fraude, que muchos seguidores le han creído y han pretendido abortar la proclamación de quien ha ganado las elecciones. Y tanto ha insistido durante todo su mandato en criticar y descalificar a los periodistas y medios que no le gustan, que ahora sus seguidores han atacado a los informadores que cubrían el asalto al Capitolio y han destrozado sus cámaras de televisión y otro material.
Salvando las distancias, y sin ánimo de comparar, en España también hay políticos que aplican esas mismas prácticas de Donald Trump. El líder de Vox, Santiago Abascal, y su partido siguen diciendo que el Gobierno de coalición progresista PSOE-Unidas Podemos es ilegítimo, olvidando que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa tras una moción de censura que está prevista en la Constitución, y que después ganó las elecciones generales. Y también critican a los periodistas y medios que no les gustan, y les impiden entrar a las convocatorias que hacen en sus sedes, con supuestos argumentos sin ninguna consistencia. Todos los políticos deberían tener siempre presente el refrán de «quien siembra vientos recoge tempestades».