Cuando empecé a trabajar a los 18 años, una parte considerable de la jornada laboral en mi primer empleo tenía que pasarla «pateando» la calle. Corrían los primeros años 80 en una ciudad eminentemente comercial de provincias. A diario iba y venía a oficinas bancarias, a organismos públicos, a comercios o a fábricas en las afueras. Las calles estaban «vivas», eran un ir y venir continuo de gente y al pequeño comercio no le solía faltar clientela. Lo anterior podría ser una foto del «campo de juego» en determinadas zonas comerciales de nuestra geografía durante aquellos años y que tuvo continuidad hasta casi dos décadas después. Uno de los ejes de estos enclaves era la oficina bancaria, con su trasiego de clientes para realizar diferentes gestiones con sus finanzas. Entre ellos nos encontramos por ejemplo a las personas mayores con sus cartillas o libretas.
Las personas mayores y los bancos
Muchas personas jóvenes y no tan jóvenes, hoy en día no necesitan ir a la oficina del banco con el que trabajan. La revolución digital facilita herramientas para hacer gestiones de forma online que les da acceso a consultas y transacciones. El segmento de edad que encuentra más dificultad de adaptación a los nuevos escenarios suele ser el de los mayores. Sucede que, en algunas ocasiones por miedo a lo desconocido y en otras por la complejidad de las nuevas tecnologías, estas personas quedan desubicadas o con carencias en su demanda de servicios financieros.
Estas necesidades no satisfechas podrían suplirse con acompañamiento tecnológico por parte de las entidades financieras. Los nuevos escenarios, en lo que prima lo digital, hacen que un porcentaje de locales de sus oficinas queden sin uso para lo que había sido su actividad ordinaria; o que personas que trabajan en ellas puedan perder su empleo. Aquí puede haber una opción a fomentar: utilizar los locales para cubrir una necesidad de muchas personas mayores: el acompañamiento con las nuevas tecnologías y las finanzas. Ayuda con los medios online, explicaciones de productos y servicios donde se mezcle lo personal y lo digital. El diálogo entre personas que muchos clientes ya mayores no quieren perder. Locales donde interactúen unos y otros, con las máquinas a su disposición.
Crédito personal a largo plazo y redes de apoyo
La revolución digital descoloca en principio al comercio u oficina a pie de calle. Clientes que entraban por la puerta demandando productos o servicios, ahora también pueden acceder desde una pantalla a muchos de ellos, sin hacer desplazamiento físico a un punto de venta. A este nuevo escenario o cambio de modelo, se le une en los últimos meses la incertidumbre a la hora de consumir o invertir en tiempos de crisis.
Hago otro llamamiento a las personas que diseñan estrategias y productos bancarios. ¿Qué les parece una modalidad de financiación cuya esencia sea el crédito personal a largo plazo? Que se asemeje en su operativa a una cuenta de crédito a largo plazo para una empresa. La posibilidad de tener una cantidad de dinero a tipo de interés bajo (acorde a los tiempos) para consumo e inversiones. Manejada con libertad no exenta de responsabilidad; reduciendo el límite disponible a medida que pasa el tiempo y en la que decides lo que vas utilizando del importe concedido o solicitado. Fomentar consumo o inversiones con confianza y equilibrio para evitar excesos.
Y para finalizar, intento ponerme en el lugar de quienes a diario levantan la persiana de su negocio a pie de calle: necesitan mucha colaboración y apoyo en el nuevo «campo de juego». Sufren en primera persona los cambios en los escenarios de venta y la incertidumbre.
Si quieres consultar más artículos del autor, entra en su blog: vicentedelrio.com