«Hay que predicar en todas las parroquias y en todas las tabernas» es una máxima de la evangelización cristiana que los políticos democráticos copiaron a pies juntillas para conseguir el favor popular; es decir, los votos del pueblo. Su aplicación práctica llega a su máxima expresión en las campañas electorales, pero pueden verse representaciones ocasionales a lo largo del año, con mayor o menor frecuencia, según el carácter del político en cuestión.
Esa máxima que exige predicar en todos lados porque la palabra divina ha de llegar allí donde hay almas, especialmente si éstas son pecadoras, permitió que se acabara viendo con naturalidad que los políticos socialistas de los primeros tiempos de la democracia, ateos confesos casi todos ellos, acudieran con naturalidad a las procesiones de los pueblos tras el santo patrón; o que no rechinara que conservadores muy estirados acudieran a los mercadillos a retratarse delante de puestos de ropa interior femenina.
Y así sucesivamente.
Con los años y la complejidad de las campañas, así como el incremento de las necesidades de comunicación de unos partidos cada vez más endogámicos y aislados de la gente, los escenarios se han ido ampliando. A las “parroquias y tabernas” se sumaron las procesiones, los toros y los mercadillos. Luego vinieron los centros comerciales, las paellas populares y los sombreros de paja, los paseíllos callejeros repartiendo besos y apretones de manos a diestro y siniestro -siempre rodeados de cámaras-, los grandes eventos deportivos y hasta los comedores sociales en algún caso.
Más tarde se «asaltaron» las radios y los platós de televisión. Y, más recientemente, las redes sociales.
En fin… La lista es inmensa, porque «los pecadores» ya no se concentran solo en parroquias y tabernas. Lo que empezó siendo populismo en los albores de la Transición, ahora es cercanía. Aún así, cada vez que uno o varios rompen el formato son tildados de populistas y heterodoxos. Pero si aciertan, son copiados de inmediato por todos los demás que no tuvieron la visión o el valor de incorporar una nueva parroquia o una nueva taberna a su prédica.
Cantidades ingentes de dinero se gastan los partidos y los responsables públicos en pagar a expertos en comunicación, convertidos en gurús modernos a los que se venera por sus recetas mágicas para conseguir votos como y donde a nadie se le ha ocurrido antes.
Pero… He aquí que en éstas al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, se le ocurre ir un paso más allá llamando personalmente a “Sálvame”, la parroquia estrella de la telebasura española, en plena emisión del programa. Poco después aparecía en “El Hormiguero”. Y ambas situaciones han sido criticadas o defendidas hasta la extenuación, lo que dicho sea de paso ha permitido que en España se hable tanto en estos días de Pedro Sánchez y el PSOE como de Escocia o el 9-N. Hace mucho tiempo que no veía nada relacionado con el PSOE entre los trendic topic del día y en la última semana no han faltado varios hastags cada jornada.
Así que no me resisto a opinar sobre el asunto.
Lo primero, para decir que no es lo mismo «Sálvame» que «El Hormiguero», un programa de entretenimiento muy bien hecho y que entronca con la mejor filosofía de esa faceta que también ha de cubrir la televisión. En segundo lugar, tengo la impresión de que cuanto más le critican a Sánchez por esa decisión, más popular le hacen, entre otras cosas porque los millones de espectadores de esos programas no deben entender muy bien que se les insulte por lo que ven, pero sean bien recibidos sus votos por cualquier partido al que tengan a bien otorgárselos.
Creo, asimismo, que llamar al famoso programa de Tele 5 para aclarar un posicionamiento político no es lo mismo que ir al programa y participar del show o bendecir formatos como éste.
Insisto, no entiendo muy bien porqué no se puede llamar a «Sálvame» para aclarar una posición política sobre un asunto, aunque ni un solo partido o candidato hará ascos al voto de sus espectadores, seguramente ni al de sus tertulianos más esperpénticos y denostados.
Y lo que más claro de todo tengo es que serán muchos los que acabarán copiando a Pedro Sánchez a medida que se acerquen las elecciones y empiecen a echar de menos los votos, unas papeletas que va a costar mucho arrancar a un electorado que cada vez se muestra más crítico y escéptico hacia la clase política y sus mensajes.