El hueco abierto temporalmente por el ya exconsejero de Presidencia da a la presidenta de Castilla-La Mancha la excusa perfecta para hacer una remodelación de su gabinete que desde fuera de los círculos del Ejecutivo se espera ansiosamente.
La situación que María Dolores de Cospedal se encontró al llegar a los despachos de la Junta era aún peor que los peores augurios, así que los planes iniciales y algunas de las soluciones y personas que se pensaron que servirían hace seis meses también se han quedado cortas.
El deterioro de la situación económica general en el último trimestre es galopante y parte de los planes de junio ya están obsoletos para cualquiera que los hiciera, ya sea empresa, ya sea administración.
La gravedad de la situación en España y, desde luego en Castilla-La Mancha, exigen dar más tiempo al Gobierno, pero no lo hay. Las cosas fuera de palacio están aún peor. Y en una región tan dependiente de la actividad de la administración autonómica o el Ejecutivo saca matrícula o nos hundimos todos. Es lo que hay.
Como consecuencia de tal acumulación de emergencias, seis meses y medio después de la llegada al Gobierno del «cambio», el cambio no es exactamente lo que se esperaba cuando el 22 de mayo se supo que José María Barreda era historia. El incumplimiento de la promesa de publicar un calendario de pagos de la Junta ha llenado de pesar a las empresas y de desconfianza a los bancos, los primeros y principales aliados para superar la quiebra de hecho en que Cospedal se encontró las finanzas públicas castellano-manchegas.
Mirar al retrovisor y ver a Barreda hace que el cambio se siga considerando mayoritariamente como la mejor o única opción, pero cuando tras el congreso de febrero Barreda desaparezca del retrovisor el Gobierno Cospedal tendrá que ocuparse mucho más de su imagen y eso exige mejorar los hechos.
No pretendo sacar conclusiones definitivas de siete meses de Gobierno, no sería justo; pero la presidenta tiene que ser consciente de que el runrún de seria preocupación se oye perfectamente. Aún en voz baja, porque bastante tiene cada uno con lo suyo como para encima echarse de enemigo al Gobierno. Pero se oye.
No son ajenos a la preocupación los alcaldes ni buena parte de la función pública cualificada.
Más allá de los nombres o la redistribución de funciones que la presidenta quiera hacer en la remodelación que hay sobre la mesa por la marcha de Jesús Labrador, desde cualquier sector hay una coincidencia unánime en la necesidad de un vicepresidente para el Ejecutivo.
Vicente Tirado ha tratado de hacer desde fuera esa función de coordinador del Gobierno, pero es muy complicado si no estás dentro. El secretario general del PP castellano-manchego y presidente de las Cortes tiene en su despacho un confesionario al que todo el mundo acude.
Tirado es el hombre del cambio con los pies más firmes en la tierra. Escucha, habla, atiende y tiene perfectamente tomado el pulso a la realidad. Y le toca parar muchos golpes que habrían llegado ya al Gobierno si él no lo remediara. Esa función no hay nadie que la cumpla dentro del actual Gobierno. Y se echa en falta, desde dentro y desde fuera.
La presidenta sabrá a quién tiene que encomendar esa tarea, pero no estaría mal que escuchara -si es que no lo ha hecho ya- lo que se piensa fuera del qué, el cómo y el quién de su Gobierno.