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26/02/2015junio 8th, 2017
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Hace tiempo que vengo defendiendo que las encuestas, como los economistas, sirven más para explicar el pasado reciente que para predecir el futuro. Y es que cada poco tiempo, menos cada vez, los sondeos reflejan de golpe el subidón de una nueva fuerza política. Pasó meses atrás con Podemos y sucede ahora con Ciudadanos.

Tengo para mí que esas crecidas demoscópicas no son tan de golpe, de un mes para otro, sino que se detectan tarde y no se les da importancia cuando aparecen, sino que se repara en ellas cuando son más que evidentes y reiteradas. Para uno y otro caso el sustrato estaba ahí y no fue bien interpretado, en mi opinión.


No podía salir gratis que los españoles dijeran desde hace tanto tiempo que uno de los principales problemas del país, con el paro y la crisis, eran los políticos. No podía salir gratis que los grandes sumarios de corrupción acampen en los grandes partidos, que han reaccionado tarde y en algunos casos, mal.

“Como quien no quiere la cosa, en un plis-plas históricamente hablando y ante los atónitos ojos de los mandamases de siempre, la política española ha pasado de ser una pareja mal avenida, integrada por Partido Popular y Partido Socialista, a convertirse en un matrimonio de tres: PP, PSOE y Podemos”. Esto lo escribía en este mismo espacio el día 22 de enero de 2015. El artículo, sin embargo, acababa con la siguiente profecía: “PD: No pierdan de vista a Ciudadanos, que el matrimonio de tres va camino de acabar en orgía (política, naturalmente)”.

El titular de aquel artículo “La política española, un matrimonio de tres” se me ha quedado atrasado en un mes y la profecía se ha cumplido a ritmo de vértigo, que es la velocidad que llevan los acontecimientos políticos en España desde hace un año.

Y es que no hay encuesta de elecciones generales o de las comunidades autónomas más sonoras, como Madrid, Andalucía y Valencia, que no revele que Ciudadanos ha llegado para quedarse y que sube como la espuma, con una ventaja sobre Podemos: los españoles, en general, se inclinan más por el sentido común del cambio que representa Albert Rivera que por el asalto al cielo que defiende Pablo Iglesias.

Aunque por ahora lo único cierto es que nada se sabe con certeza y es pronto para dar por cerrado un resultado, las tendencias son obstinadas cerciorando el fin del bipartidismo y, con él, el de las mayorías absolutas. También es evidente, fruto del desafecto, que las encuestas han venido describiendo durante años, que el vacío se ha llenado con el nacimiento de nuevos partidos que le comen la merienda a los tradicionales, Podemos en el caso del PSOE y Ciudadanos, que empieza a hacer lo mismo con el PP.

Como digo, al ritmo actual de los acontecimientos y los cambios, a ver quién se atreve a decir qué va a pasar exactamente el 24 de mayo en cada comunidad autónoma o cada ciudad importante de España, más allá de las conclusiones generales. Y mucho menos parece prudente pronosticar cuál será el resultado para cuando lleguen las generales a finales de año.

Para detener los acontecimientos o cambiar su curso ya no basta con el argumento del miedo ni con el de la economía, dado que la recuperación no llega por igual para todos y la desigualdad social avanza en España más deprisa que en cualquier otro país europeo, salvo Letonia.

Tampoco parece que a los nuevos partidos pueda dárseles sin más por victoriosos, ya que tienen todo por demostrar y aún no han pasado la prueba de fuego del escrutinio general y la presión y críticas a las que les van a someter los grandes. Sometido a estas pruebas de fuego, Podemos ha tocado techo en las últimas encuestas y habrá que ver cómo evoluciona Ciudadanos.

Pero más allá de los avances o retrocesos puntuales de cada uno de los actores, el mapa está dibujado y también que los futuros gobiernos, en la mayoría de los casos, serán una mezcla de al menos varios de ellos.

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