Racista, peligroso demagogo, mentiroso, misógino, excéntrico, ignorante, patán, impresentable, antidemócrata… Se agotan los adjetivos para definir al multimillonario empresario Donald Trump. De él se ha dicho de todo. Pero los votantes le han elegido presidente de Estados Unidos, que es como decir casi el amo del mundo, y eso hay que respetarlo y aceptarlo, guste o no.
Una vez más, han fallado todos los pronósticos. Los sociólogos, los analistas políticos, los periodistas y muchos ciudadanos se dedican a intentar saber qué ha ocurrido para que un personaje como Trump haya podido vencer a Hillary Clinton, la candidata que casi todo el mundo creía que iba a ganar las elecciones. Ella ha ganado en votos, efectivamente, pero el particular sistema electoral que se aplica en ese país ha hecho que él vaya a sustituir a Barack Obama en la Casa Blanca.
Algo se está haciendo mal en el mundo civilizado cuando los ciudadanos eligen presidente a un hombre que considera a las mujeres meros objetos de placer y las califica con una nota por su aspecto físico; que ha sido denunciado por varias que sufrieron abusos sexuales por parte de él; que ha prometido expulsar de Estados Unidos a varios millones de inmigrantes hispanos, asiáticos y musulmanes, porque no tienen sus documentos legalizados, aunque vivan desde hace años allí; que promete construir un gigantesco muro de 1.600 kilómetros en la frontera con México, para impedir la entrada ilegal de inmigrantes desde ese país; que durante años no pagó los impuestos por su imperio de empresas; que anunció que no aceptaría el resultado electoral si no ganaba él, porque entonces estaría amañado; que no ha dudado en utilizar las técnicas más vergonzosas de la historia contra su adversaria Clinton, atacándola con asuntos personales e incluso inventándose enfermedades de ella…
UNA CAMPAÑA ELECTORAL VERGONZOSA
El mundo globalizado ha asistido, entre atónito y escandalizado, a las insultantes e impresentables declaraciones de Trump durante la prolongadísima campaña electoral, que por su parte ha sido de auténtica vergüenza. Y, lo que es también grave, todo ello con el aplauso entusiasta y el apoyo de sus hijos. ¿Qué pensarían ellos cuando escuchaban los disparates que decía él? ¿Le habrán reído las supuestas gracias o le habrán criticado cuando hablaban en familia?
Donald Trump ha arremetido en sus mítines contra su adversaria Hillary Clinton, contra los medios de comunicación que le criticaban, contra el sistema político que ahora va a presidir él y contra todo bicho viviente. Y no lo ha hecho solo con críticas, que siempre son necesarias y hay que aceptarlas por muy duras que sean, sino con insultos, groserías y frases propias de un «patán ignorante», como le han calificado. Pero los votantes han decidido que él sea el nuevo presidente del país más poderoso del mundo.
La misma noche electoral, tras saber que había ganado, Trump pronunció ante sus seguidores un discurso que no se parecía en nada a lo que había dicho durante la campaña: elogió el trabajo realizado por Hillary Clinton en favor del país, ofreció diálogo y prometió que va a ser el presidente de todos los ciudadanos, de los que le han votado y los que no. Pero tiene un problema: después de lo que ha hecho y los disparates que ha dicho durante la campaña, no hay quien pueda creerse que ese cambio es sincero; es muy difícil concederle siquiera los 100 días de cortesía que se suelen dar a quien llega nuevo a un cargo antes de juzgar su trabajo.
LA LECCIÓN DE BARACK OBAMA Y HILLARY CLINTON
Frente a la impresentable actitud de Trump, el presidente Barack Obama ha ordenado a su equipo que lo prepare todo para que el traspaso del poder a Trump sea ejemplar; y Hillary Clinton se ha ofrecido para ayudar al nuevo presidente en lo que pueda, en beneficio del país. Trump podría aprender de esas actitudes pero, con lo que se conoce de él, es difícil pensar que esté dispuesto a ello y sea capaz de cambiar.
Ante un personaje como Donald Trump no es casual que los líderes de la ultraderecha de Europa hayan sido los primeros y los más entusiastas en felicitarle y celebrar su victoria. Esos partidos intentarán beneficiarse de este éxito de Trump en las elecciones que se celebrarán en lo que queda de año y en el próximo en países como Francia, Italia, Holanda, Austria, Alemania y otros.
CRÍTICOS Y VIGILANTES
Desde el respeto que merece la decisión de los votantes estadounidenses, lo que procede ahora es una actitud vigilante y crítica por parte de la ciudadanía, las instituciones y los medios de comunicación, para impedir que Trump pueda cumplir ninguna de sus disparatadas promesas de la campaña electoral. Deben obligarle a que gobierne de la manera que afirmó en la noche electoral, en beneficio de la ciudadanía de EEUU y del resto del mundo.
En Europa también habrá que estar vigilantes, para evitar abusos de la primera potencia mundial. Porque ya se sabe que cuando Estados Unidos se acatarra, todo el planeta tose; ahora, con Donald Trump en el Gobierno, un simple resfriado allí puede convertirse en una pulmonía en el Viejo Continente si se le deja actuar como está acostumbrado, que es haciendo lo que le da la gana porque piensa que con el dinero lo puede todo.