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01/09/2016junio 7th, 2017
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Lo malo del debate de investidura de Mariano Rajoy, en el que por vez primera en la democracia española un candidato a presidente del Gobierno no ha conseguido los votos necesarios para serlo, es el gran fracaso que significa para la clase política y para la ciudadanía. Lo peor, o al menos igual de malo, es que todo el mundo -el candidato, los demás líderes políticos, los diputados y los ciudadanos- sabía que no serviría para nada, que era la crónica de un fracaso anunciado. Es triste, pero es así.

Pero el debate celebrado en el Congreso de los Diputados también ha tenido sus aspectos positivos, porque ha desvelado las ideas de algunos políticos o las ha confirmado. Ha servido, por ejemplo, para ver que Mariano Rajoy ahora promete diálogo y búsqueda de acuerdos con la oposición después de haber gobernado durante cuatro años sin hacerlo y a golpe de decreto ley; o a Albert Rivera (Ciudadanos) que ha pasado de pactar con el PSOE a hacerlo con el PP como lo más normal del mundo, aunque sabe que muchos de los «150 compromisos para mejorar España» que han firmado ambos partidos son únicamente declaraciones de buenas intenciones y otros no podrán ser aprobados sin los votos de la oposición.


EL «NO» DE PEDRO SÁNCHEZ

También se ha visto a Pedro Sánchez mantener contra viento y marea su «no» a Rajoy, por coherencia ideológica y porque así lo decidió la dirección de su partido, pese a las presiones de otros partidos, de los grandes medios de comunicación y de un buen número de tertulianos en radio y televisión, que le culpan exclusivamente a él de ser el responsable de unas posibles terceras elecciones por no apoyar a Rajoy para que siga gobernando. ¿Guarda en la manga la carta de intentar formar un Gobierno de cambio, como le piden Pablo Iglesias, Alberto Garzón y algunos dirigentes del PSOE?

En el debate se ha visto a Joan Tardá (Esquerra Republicana de Catalunya) y Francesc Homs (Partido Demócrata Catalán, la antigua Convergència) reiterar que el Parlament catalán declarará unilateralmente la independencia, desafiando las leyes, la Constitución y al Tribunal Constitucional; o a la diputada Mariam Beitialarrangoitia (EH Bildu) diciendo que Arnaldo Otegi será, «pese a quien pese», el candidato de esa formación abertzale a las elecciones autonómicas vascas del próximo 25 de septiembre, aunque la Junta Electoral no le ha aceptado como tal porque está inhabilitado por una sentencia judicial para ocupar cargos públicos y tendrá que decidir el Constitucional.

¿NINGUNEAR A GARZÓN?

Ha servido, asimismo, para ver que el líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, ha dispuesto de una única intervención de tres minutos y medio, sin derecho a réplica, mucho menos que los 30 minutos que ha tenido Pablo Iglesias o los seis minutos de Xavier Domènech (ambos del mismo grupo parlamentario), y menos que el tiempo con el que han contado todos los partidos del Grupo Mixto, pese a que varios de estos tienen solo un diputado. ¿Es ésta la manera en que se van a repartir en Unidos Podemos el tiempo para intervenir en el Congreso, como ha declarado el propio Garzón y otros, o es la primera muestra del trato que va a recibir IU dentro de esa coalición? Habrá que esperar.

Pero, pese a lo importante que siempre es un debate de investidura -también es muy prolongado y a ratos aburrido-, el hartazgo de la ciudadanía con la actual situación política es tan elevado que muchos ciudadanos han preferido cambiar de canal de televisión para no seguir la retransmisión de las intervenciones, porque ya no quieren saber nada de este debate ni de lo que les digan sus representantes en el Congreso. Es lo que hay.

POCO INTERÉS POR EL DEBATE

Los datos de medición de las audiencias televisivas no dejan lugar a dudas: el discurso de Rajoy, a las cuatro de la tarde del martes 30 de agosto, fue seguido en Televisión Española (La 1) por 777.000 personas; en Antena 3 por 650.000; en La Sexta por 640.000, y en Cuatro por 280.000. La única cadena que no lo emitió fue Telecinco y es la que a esa hora tuvo más audiencia: un programa tan criticado pero con tanto éxito como Sálvame, que presenta la humorista Paz Padilla, fue seguido, por 1.6 millones de personas, más del doble de las que vieron a Rajoy en La 1.

El pasado 1 de marzo, cuando se presentó Pedro Sánchez a la investidura tras la renuncia de Rajoy alegando falta de votos suficientes, su intervención a la misma hora de la tarde tuvo más audiencia: 960.000 espectadores en Antena 3, 951.000 en La Sexta, 903.000 en La 1 y 284.000 en Cuatro. Ese día, Paz Padilla y su Sálvame fue visto por 1,7 millones de personas.

Los políticos no deben actuar en función de las audiencias en televisión, por supuesto, pero pueden verlas como un síntoma más -solo eso- del hartazgo que tiene la ciudadanía. También ha influido la hora de la intervención y la fecha -cuatro de la tarde de uno de los últimos días de las vacaciones para muchas personas-, pero no deben echar esos datos en saco roto.

La pregunta del millón: ¿a qué se debe que un espacio de televisión que muchos consideran un programa basura, Sálvame, emitido en la cadena que más programas de ese tipo difunde, tenga el doble de audiencia que un debate de investidura o que otros programas de entretenimiento, cine o lo que sea? Un misterio a esclarecer.

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