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Aumenta la crispación de la vida política en la precampaña electoral - 22 febrero 2019 - Madrid
Agustín Yanel Agustín Yanel

Mientras el Tribunal Supremo juzga a 12 independentistas catalanes -no por ser independentistas, sino porque presuntamente han cometido hechos que el Código Penal castiga como delitos-, en Cataluña ha habido una huelga general, convocada por un sindicato minoritario, que ha sido poco seguida por la ciudadanía pese a que la apoyaba… ¡el Gobierno catalán! Y, en el penúltimo pleno del Congreso antes de las elecciones generales, Pablo Casado y Albert Rivera han demostrado un lamentable nivel como oposición en una bochornosa sesión parlamentaria. ¿Qué pasa en la sociedad actual? ¿Qué ha hecho mal la ciudadanía para tener que soportar todo esto?

Parece que algunos líderes políticos han interpretado el anuncio de elecciones generales para el 28 de abril como si se hubiera abierto la veda y todo esté permitido para conseguir más votos: descalificar aun más al adversario hasta llegar al insulto, decir alguna que otra falsedad sin ruborizarse, repetir frases hechas vacías de contenido, incrementar al máximo la crispación de la ya crispada vida política y, por supuesto, colgarse medallas aunque no les correspondan. Los líderes del PP, Pablo Casado, y de Ciudadanos, Albert Rivera, han demostrado en el Congreso que son un buen ejemplo de esa manera de hacer política y que están dispuestos a hacer lo que sea necesario para intentar cobrarse la mejor pieza, la cabeza (política) de Pedro Sánchez. Pero no son los únicos, que conste.


Bochornosa sesión en el Congreso

El miércoles 20 de febrero, en la sesión de control al Gobierno en el Congreso, Casado se dirigió a Sánchez con una de sus habituales y reiteradas acusaciones: «Usted ha intentado incluso vender la nación a los que quieren destruirla». No se podía esperar otra cosa de alguien como él, que ha llamado «ilegítimo» a un presidente del Gobierno elegido por un procedimiento previsto en la Constitución (la moción de censura), le ha acusado de «alta traición» y cada día sorprende más por la deriva que ha iniciado. ¿No hay nadie en el PP que le diga que puede y debe criticar al Gobierno y al presidente, pero con más de solidez, con rigor en los datos y sin insultos ni falsedades?

Hace unos meses, Casado afirmó que en las costas de Libia había «un millón de inmigrantes» esperando para entrar en España, y en África 50 millones que buscaban dinero para llegar a Europa. Le desmintieron varias ONG, escandalizadas por semejante disparate, pero a él le dio igual y ni pidió disculpas ni reconoció su error. Quedó claro que el rigor no es lo suyo y, quizá por eso, el miércoles no tuvo inconveniente en decirle a Pedro Sánchez que cuando llegó a La Moncloa se creaban 6.000 empleos diarios y ahora se destruyen 6.000 cada día. ¿En solo ocho meses el Gobierno del PSOE ha dado la vuelta por completo a la creación de empleo? Los datos no corroboran esa afirmación, pero la frase queda muy redonda y al líder del PP no le importó decirla, aunque se arriesgua a que Ana Pastor demuestre en su Maldita Hemeroteca, de La Sexta, que eso es tan falso como los supuestos millones de inmigrantes esperando en África. Ya lo dice el refrán: «Calumnia, que algo queda».

«¡Qué nivel, señor Casado!», le respondió el presidente del Gobierno. «Usted ha traído aquí el insulto y la mentira como proyecto político. Usted tiene la lengua larga del insulto y las patas muy cortas de la mentira». Pues eso, ¡qué nivel demuestran algunos líderes políticos!

En la misma sesión del Congreso Albert Rivera preguntó a Pedro Sánchez si en la próxima legislatura está dispuesto o no a negociar con los independentistas, si se compromete a no indultar nunca «a los golpistas» de Cataluña (están siendo juzgados y ni siquiera se sabe si serán condenados) y si «no le da vergüenza» aceptar el documento con 21 puntos que le presentó el presidente de Cataluña, Quim Torra (precisamente porque lo no aceptó, los independentistas no votaron los Presupuestos Generales del Estado y el presidente ha tenido que convocar elecciones generales)… En fin, lo de siempre en los últimos años.

El cambio de chaqueta de Albert Rivera

El presidente, en su respuesta, se refirió a los cambios que experimenta el líder de Ciudadanos en su ideología política. «Señor Rivera, nosotros hemos venido aquí a liderar el cambio, y usted lo único que está haciendo es liderar el cambio de chaqueta permanente. Después de la foto que se hizo usted en Colón con el señor Abascal y con el señor Casado le diré una cosa: usted debe tener un armario lleno de chaquetas. El pasado domingo usted dejó la chaqueta del supuesto liberal y se ha puesto una chaqueta que huele a naftalina, la de la ultraderecha».

No demuestra mucha talla política que quienes aspiran a gobernar en España hablen con tanta frivolidad en los debates parlamentarios y lancen datos sin ningún rigor. E igual de negativo es que sus diputados les aplaudan y les rían las gracias y chascarrillos que pronuncian, lo que hace que ellos se marchen del hemiciclo muy satisfechos de su intervención.

El jueves, al día siguiente del espectáculo vivido en el Congreso, en Cataluña había una huelga general convocada por el sindicato minoritario independentista Intersindical-CSC. Por increíble que parezca, los miembros del Gobierno catalán vaciaron de contenido sus agendas oficiales en solidaridad con ese paro, apoyaron la convocatoria en las redes sociales y algunos consejeros acudieron a concentraciones en la calle. Y el Parlamento autonómico suspendió la sesión del pleno prevista. A pesar de eso, el paro fue poco seguido -según datos oficiales de la Generalitat- aunque sí hubo cortes de tráfico.

El viernes, poco antes de la 10 horas, en los minutos que el periodista Iñigo Alonso dedica cada día a escuchar a los oyentes en el programa Las mañanas de RNE, una mujer ha llamado y ha dicho esto: «No votaré a partidos que insulten o descalifiquen a otros partidos en vez de estar proponiendo sus propios planes». Esa mujer refleja a la perfección el hartazgo de buena parte de la ciudadanía hacia algunos líderes y su manera de hacer política. Ellos deberían pensarlo, pero la precampaña electoral probablemente les impedirá comportarse con la sensatez que se espera de los políticos. Se ha abierto la veda y, para algunos, todo vale.

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