«Si nos llevan de nuevo a unas terceras elecciones, les pediría a los cabezas de lista que no se vuelvan a presentar… Así no tendrían que pasar el enorme rubor de decirle a los ciudadanos que se han equivocado dos veces en un año y a ver si a la tercera aciertan a la hora de votar». La propuesta es de Felipe González, conocedor de España, la política y los políticos.
Sabe que es lo que piensa una buena parte de la sociedad y, además, supone que si se les mete el miedo en el cuerpo a los cuatro con un cuestionamiento público compartido su instinto de supervivencia quizás les lleve a encontrar solución al bloqueo. Esa fórmula para la que el interés general no parece ser motivo suficiente.
Yo pienso como Felipe González y como el 71 por 100 de los españoles, que no se debe repetir elecciones, resultado que el domingo publicó el diario «El País» con encuesta de Metroscopia. Como el 58 por 100 considero que los culpables son los líderes (y los que les rodean, añado yo) y como el 44 me siento engañada y decepcionada.
Lo de que se vayan los cuatro lo ha dicho en voz alta Felipe González, pero hace tiempo que el runrún está en la calle: que se vayan los cuatro si hay que repetir terceras elecciones.
Estarían en el paro si fueran responsables en la empresa privada; es decir, en el mundo real donde los actos tienen consecuencias inmediatas.
Si Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera fueran directores de departamento en una empresa y ésta dependiera de que entre los cuatro presentaran un plan de viabilidad, hace tiempo que el consejero delegado o el Consejo de Administración les hubiera destituido y despedido sin honores por incapacidad manifiesta. Y con esos antecedentes, ninguna empresa les contrataría.
Si hablamos del país, el castigo por su incompetencia debería ser mayor y más ejemplar, porque los daños son incalculables. Sabemos cómo está España tras casi un año sin Gobierno, pero nunca sabremos, por más que se esfuercen algunos analistas en calcularlo, cuántos trenes hemos perdido colectiva e individualmente por la inestabilidad y la incertidumbre, por las normas necesarias que no se han aprobado o modificado y por las inversiones públicas que no se han efectuado en su tiempo.
Además, ¿imaginan cuánto nos va a costar el ridículo internacional causado por la incapacidad para formar gobierno?
¿Cuántas inversiones se han dejado de hacer? ¿Cuántas empresas han perdido o dejado de ganar mercado? ¿Cuántos contratos no se han podido firmar por la parálisis política que acaba siéndolo empresarial e individual? ¿Cuantos ingresos ha perdido el Estado por la merma económica que al país, sus ciudadanos y sus empresas les supone esta situación? ¿Cuántos desahucios se hubieran podido evitar con los empleos que no se han creado y que hubieran sido posibles solo si cuatro hombres hubieran hecho su trabajo? ¿Cuánto hubiera mejorado la sanidad, la educación o la investigación? ¿Cuántas vidas se hubieran podido reconducir por un simple empleo a tiempo y que ya no tendrán marcha atrás cuando éste llegue, si llega?
¿Cómo pueden cuatro personas ser incapaces de encontrar la fórmula que permita arrancar la maquinaria del Estado en un país que se aproxima al 30 por 100 de sus ciudadanos en el umbral de la pobreza?
¿Con quiénes hablan estas personas y quiénes les rodean para permitirles salir sin rubor cada día en televisión y por toda España prometiendo el paraíso si les votan y a sabiendas de que volver a votar podría dejar las cosas más o menos como están?
¿Qué autocrítica debemos hacer como sociedad por haber permitido la coincidencia de liderazgos tan irresponsables y que sigan ahí sin que pase nada?
Hay una tendencia a pensar que tras las elecciones vascas y gallegas habrá desbloqueo. Ojalá, pero todos sabemos que no se pueden descartar terceras elecciones y que todo vuelva a ser igual.
Tiene razón, señor González. Si no son capaces de encontrar una solución, que se vayan y dejen a otros intentarlo.