El mundo vive sonámbulo desde que en la noche del viernes 13 de noviembre supimos de los atroces atentados que han acabado con la vida de 129 personas en París y han dejado cientos de heridos. Un español entre las víctimas de la barbarie terrorista del Estado Islámico.
Otro episodio más de violencia, fanatismo y sinrazón que ha provocado la unión de casi todos los ciudadanos del mundo. No sabemos durante cuánto tiempo seremos capaces de mantener la unidad, pero en estos días nos enlazamos movidos por la solidaridad, el dolor y también el miedo. Cualquiera de nosotros en cualquiera de esos países que han activado las máximas alertas podría morir de esa trágica y bárbara manera en cualquier momento. El terrorismo integrista se ha convertido en un signo más de este tiempo, como el smartphone o internet.
La plácida y segura Europa, el lugar anhelado por millones de habitantes del mundo para vivir mejor, ya no es un lugar tranquilo y seguro sin más. La paz ha dejado de ser la rutina de cada día. Nadie es ajeno al terrorismo bárbaro del Estado Islámico, el peor heredero posible de la temible Al Qaeda.
Podría pasar en cualquier lugar del mundo. Pudo pasarnos en España si días atrás los Cuerpos de Seguridad no hubieran detenido a unos cuantos bárbaros que planificaban hacer lo mismo que en París.
Lo peor de todo es que sabemos que volverá a pasar, aunque no cuándo, ni dónde, incertidumbres que generan aún más inquietud y sensación de vulnerabilidad.
Harán falta nuevas respuestas al problema que hoy supone el terrorismo integrista y el Estado Islámico. Cualquiera puede llegar al mundo occidental, moverse libremente y sembrar el pánico, el dolor y la muerte. Vencerlo exigirá algo más que soluciones militares. No bastará solo con mano dura. Ni solo con diálogo. Ni solo con inversiones y desarrollo. La educación para la convivencia será imprescindible y el camino largo y tortuoso.
No bastará solo con unidad internacional, pero sin ella será imposible vencer a este enemigo por más que se lograran avances en otros campos.
Los errores del pasado nos van a seguir pasando factura, pero los miedos del presente no nos pueden llevar a retroceder en lo mucho que en Europa se ha avanzado en libertad. Europa entera era la prueba de que libertad y seguridad podían convivir simultáneamente. Y tiene que seguir siendo posible sin renunciar a enfrentarnos y vencer al peligro integrista.
Por cierto, ¿es necesario que haya tantas muertes para que el mundo se una? ¿Es necesaria tanta tragedia y tanto dolor para que los políticos paren el circo preelectoral y dejen de insultarse? ¿Por qué el miedo tiene que apoderarse de los ciudadanos para que éstos se muestren conscientes de lo que hay que exigir de verdad?
Seguramente no son las preguntas más importantes para contestar en estos días, pero me han asaltado mientras contemplaba tantas imágenes de tragedia, terror y dolor.