Una Navidad sin Cipriano no es Navidad. No ya para cualquiera de las personas que lean este artículo, sino especialmente para los cientos de hambrientos, en su mayoría, que se «exhiben» sin querer, en plena calle haga frío o calor, pegue el bartolo en toda la cara o la lluvia entre hasta el corazón, para conseguir una de las miles de bolsas que reparte el amigo de los pobres de Toledo durante todo el año, generalmente cada dos meses y de manera muy oportuna en estas fechas.
Hambrientos que se «exhiben» en una de las principales entradas al casco histórico de Toledo durante más de dos horas, lo que dura el reparto que Cipriano González, si hay cielo divino este señor sí que tiene derecho a estar a la derecha del padre, y sus batas blancas (abnegados jubilados que ven cómo pasa la vida a su alrededor todos los días y que ya tienen callos en las manos de tanta comida repartida y verrugones en el alma de los dramas que llevan compartidos) realizan a la intemperie en su pequeño local junto al Puente de San Martín.
Y como no da puntada sin hilo, porque tonto no es, Cipriano reparte su propia «lotería», pero de la que toca, el lunes 22, día del sorteo que miles y miles esperan con anhelo. A más penurias, más se juega. Tiene preparados 25.000 kilos de comida repartidas en miles de bolsas repletas de garbanzos, judías, aceite, lentejas, arroz, macarrones, azúcar, leche, embutidos, galletas y dulces. Ropa y juguetes aparte, que son fechas especiales.
Cipriano lo hace desde hace años, porque él también sintió la titiritona del hambre cuando era un crío, como ha contado a todo el que le ha querido escuchar. Apenas era un crío de cinco años cuando iba de casa en casa en su localidad natal, Mazarambroz, pidiendo un mendrugo de pan que llevarse a la boca y engañar al estómago. Como no había, sus padres le metieron en un convento y como tantos otros a punto estuvo de ser llamado por la vocación. Daba igual, al menos tenía comida, estudios y calefacción asegurados, lo que por desgracia ellos no le podían dar.
Todavía lo cuenta y se pone a llorar como un crío. Aunque sea un hombre. De los que quedan pocos. Por cierto, no acepta dinero en efectivo. Solo comida, ropa nueva y juguetes. Es como Papá Noel, pero de verdad.
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