Gaspar Llamazares decía durante la noche electoral andaluza que la indignación ya no es solo de izquierdas, sino que se ha incrustado también, de pleno derecho porque ya se ha plasmado en unas urnas y no en tertulietas interesadas ni en mofas partidarias tipo Rafael Hernando, en la derecha. A los 15 escaños de Podemos se suman los 9 de Ciudadanos, el partido que tanto miedo le daba, le da y le dará al PP. A pesar de que ayer un dirigente «popular» se empeñara en decir que los de Albert Rivera son de centro izquierda. El consuelo es la única medicina posible para quien no atisba que el humo le ha tiznao. Lo huele, pero parece que hasta que no les quema…
Funeral por el bipartidismo, sí, pero con matices. Andalucía ha sido y es una especie de microclima que ha provocado que el esperado distanciamiento de los votantes con los dos grandes partidos de la historia de la Democracia en España, PSOE y PP, no haya provocado un cisma tan escandaloso que hoy ya hablaríamos de un nuevo país.
Pero si Podemos ya sale en todas las encuestas del resto de comunidades autónomas, la aparición real de Ciudadanos es tan descarada que a partir de este momento en el PP han de plantearse, de una vez por todas, que han llegado para quedarse. Porque da igual quién sea el candidato, como se ha demostrado en Andalucía, donde ni ellos mismos (los andaluces, digo) sabían hasta prácticamente la noche del domingo quién era ese señor que salía al lado de Rivera con una sonrisa de oreja a oreja y con las manos marcando nueve (por los diputados que ha conseguido) y que se llama Juan Marín.
¡Coño, que en sus manos están las llaves de la gobernabilidad andaluza! Con matices, claro.
Tienen marca y la van a conservar en las próximas municipales y autonómicas hasta llegar a las generales. El panorama político ha cambiado tanto en el último año que quien siga pensando, aun a pesar del resultado de las andaluzas, que el bipartidismo sigue vigente se equivoca de plano a plano.
Porque el ciudadano, que es quien vota, ha dado muestras suficientes de estar más que harto de los mismos, salvo en una parte del microclima andaluz. O cambian o los cambiamos. Tomen nota en Castilla-La Mancha, porque con una ley electoral que redujo los diputados a 33 y que estaba hecha a medida para el bipartidismo pues se quedó caduca incluso antes de que el Tribunal Constitucional le diera el visto bueno. 33 a repartir entre tres no es lo mismo que entre dos. Y no digamos ya si es entre cuatro.
Viene el lobo y los hay que siguen mirando para otro lado.
cesardelrio@encastillalamancha.es