«Cúando llegará nuestro día es algo que solo Dios lo sabe. Es una incertidumbre que alcanza al lugar y a la forma. En nuestra sociedad se ha convertido en algo normal morir en la cama, o en medio de la calle, o en un ascensor, o entre los hierros de un coche, o en el stress del despacho o de una junta de dirección. Ya solo los guerreros se van con las botas puestas, exhalando su espíritu e inhalando el ambiente al que han dedicado sus vidas.
Despedirse de la vida viviendo es algo que ha quedado como residual y extraño al mundo urbanita que hoy nos dirige. Sin embargo, bienaventurados los que consiguen dedicar su existencia a su pasión y dar el adiós a la vida con el pringue de las jaras en las botas y el polvo de las rañas en los labios, por más que hagan pagar a sus seres queridos la servidumbre, a la larga satisfactoria, de ser personajes activos en la última inacción decisiva de la vida; la muerte.
Paco Tur, galopando a lomos de un precioso pura raza árabe en compañía de su hijo…
Recuerdo hoy la muerte de David Machuca y la búsqueda de su cuerpo, fallecido mientras vigilaba el paso de las torcaces. O la de El Ubero, dando una vuelta a su ganado. O la del Tío Luna, en su última espera. Hoy está todavía reciente la de Paco Tur, galopando a lomos de un precioso pura raza árabe en compañía de su hijo por la finca que es suya desde hace muchas generaciones, que han tenido el mérito de mantener y transmitir como el escudo emblemático de su filosofía de vida.
Nunca nos parece tarde para decir adiós, pero intento amortiguar el golpe de la ida de un amigo pensando que esas personas no quisieron andar otro camino, no quisieron morir de otra manera, asiéndose a una forma de vida hoy incomprendida, que defendieron como guerreros con su simple pasar por la vida, dando testimonio de su fe y de sus creencias; de su concepto del campo.
Con la tristeza del adiós, que solo está en la mano de Dios, les despedimos envidiosos de poder haber dejado este mundo mucho mas cerca de él de lo que jamás estará la mayoría; bajo la cúpula celestial, iluminados por las luces estelares y acompañados por los cantos de chicharras entonando un réquiem, mil veces mejor que el vil pitido de una máquina de hospital.
Adiós, bienaventurados amigos».
Antonio Conde es abogado.