martes, 26 de noviembre de 2024
El verano de su vida 19/07/2012junio 13th, 2017

El mítico «Fede» Bahamontes cuenta sus veranos duros de posguerra, los inolvidables de su gloria en el Tour, sus pocos minutos de playa (tanto a él como a su mujer no le gusta nada), las escapadas al norte (su destino preferido)… y los inevitables estíos preparando su querida Vuelta a Toledo, al frente de la cual insiste, inquebrantable. Y sigue, y sigue: le lleva buena parte de sus últimos veranos, sobre todo ahora que, con la crisis, cuesta mucho más que nunca.

“¿Veraneo? ¿Qué es eso?” Para Federico Martín Bahamontes el verano ha estado ligado al trabajo desde su más tierna infancia; y desde hace seis décadas a la bicicleta, su gran pasión. Hace más de 40 años -los mismos que ha estado al frente de la tienda de la Plaza de la Magdalena- que pasó a la reserva, pero ese aparato de dos ruedas a pedales sigue “robándole” buena parte de su tiempo libre. Lejos de lo que muchos pensaron cuando cerró el negocio, en agosto de 2003, le sobra poco tiempo libre. Todo lo que puede, sobre todo en verano, lo dedica a la finca de Argés, “allí paso prácticamente todos los días de verano, solo. Me entretengo hasta las 10 ó las 11 de la noche con mis tres descapotables, las carretillas”, bromea. También se escapa en invierno, en cuanto tiene ocasión, “por eso me veréis con el mismo color de piel todo el año”.


En estos momentos, el toledano, que pasó a la historia del ciclismo como “el Águila de Toledo”, prepara la 40 edición de la Vuelta Ciclista a la ciudad, “un trabajo de chinos”. De la primera edición a ésta las cosas han cambiado bastante, “también el presupuesto – asegura-; la primera costó 160.000 pesetas y ésta se va casi a los 15 kilos; entonces se corría por la cara”.

DE LA HOZ A LA BICICLETA

Tenía 19 años, allá por el 49-50, cuando corrió la vuelta de Ávila. Fue su primer contacto con la bici. “Estaba segando con mi padre en la quinta de Mirabel, cerca del Cerro de los Palos; a mí me daban 700 pesetas y a él 1.500 un gazpacho y un cocido, a las dos de la tarde. En ocho días gané 1.700 pesetas y dos copas. A partir de entonces tuve muy claro que el suelo estaba muy bajo y me volqué de lleno en la bicicleta, en plan amateur”, confiesa. Empezó a correr por Andalucía: Linares, Jerez de la Frontera, San Lúcar, “porque había menos competencia y ganábamos dinero más fácil. Me escapaba de salida y me lo traía todo para acá. Entonces me llamaban “el madrileño Martín”; hasta que decidió cambiar el orden de los apellidos, previa consulta a su padre, “porque Bahamontes había menos”, cuenta. Su verano de gloria fue, evidentemente, el del 54, cuando ganó, como profesional, su primer Tour de Francia. “Fue inolvidable para mí; me hizo más ilusión que el del 59; sobre todo por el recibimiento que me prepararon en Toledo. Había 14 bandas de música esperándome desde primera hora de la mañana”, recuerda entusiasmado.

DE LUNA DE MIEL “CON LA BICI Y LA SEÑORA”

Por la bici se casó en invierno con Fermina Aguilar. Fue el del 56, entre Tour y Tour. “A la luna de miel me llevé a la bicicleta y a la señora. Fuimos a Jerez de la Frontera, allí hace buen clima y podía preparar la temporada. El sacrificio le hemos llevado los dos”, asegura. Fue uno de sus pocos contactos con la playa. “Un año fuimos mi señora y yo cinco días a Castellón, por la playa pasaríamos como mucho 20 minutos”. Tiene suerte, porque a ella tampoco la gusta.

Pendiente tiene viajar a los carnavales de Brasil, “si no me conformo con los de Tenerife o Mallorca”, asegura. Entre tanto, si se pierde, pide que le busquen por Asturias, Santander o Suiza, sus destinos preferidos.

UN SOBRESUELDO ENTRE EL CAMPO Y EL MERCADO NEGRO PARA ALIMENTAR SEIS BOCAS 

Los veranos de la postguerra fueron los más duros, también para Federico Martín Bahamontes, hijo de una familia de cuatro hermanos, “con seis bocas que alimentar en casa”. “No tenías nada que echarte a la boca”, recuerda. Por eso hacía de todo. “He pasado veranos haciendo de albañil, subiendo agua a los aljibes -en Cabrahígos, por ejemplo-, echando piedras en la avenida de la Reconquista, por siete pesetas al día. Hasta que empezó a segar con su padre en la quinta de Mirabel…”. Cuenta y no acaba.

Pero si los veranos eran duros, los inviernos no lo fueron menos. “Además de recoger aceituna, en la época de la recolección, me dediqué algún que otro invierno al estraperlo; eran los primeros años de bicicleta y tenía que buscar un sobresueldo -reconoce-. El estraperlo, además, me servía de entreno”. El que no se consuela…

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