Bone, Héctor, El Guaje, Brutus, Kai y Brus forman el club más selecto de los perros de la Policía Nacional. Seis canes únicos entrenados para localizar restos humanos en el agua gracias a su olfato, capaz de detectar desde una lancha el olor de los gases que emana un cadáver en descomposición.
Desde hace un año, guías caninos de la Policía adiestran en esta misión a tres pastores alemanes, un pastor belga malinois, un perro de aguas y un braco alemán. Cada agente con su perro, insisten los policías, porque lo más importante es que el animal, además de tener instinto de caza, establezca un «vínculo» con su dueño, que sepa quién en su guía y a quién tiene que obedecer.
A partir de ahí, cuestión de echar horas de entrenamiento con el perro para que consiga que a bordo de una lancha en un río, pantano o embalse pueda reconocer el olor que se desprende de un cuerpo o resto humano sumergido en el agua y que emerge a la superficie.
Un logro en el que participan muchos factores que hacen más difícil la tarea, según explica a Efe Francisco Pérez, uno de los guías, pues el olor de un resto humano es un olor «vivo», es decir, cambia a medida que pasa el tiempo.
Eso sin contar con la temperatura del agua -si es fría dificulta que de los restos emanen gases porque se conserva mejor el cuerpo- o las corrientes de aire que pueden desplazar el olor.
Y para que el perro reconozca estos particulares «aromas», la Policía, señala Pérez, en colaboración con antropólogos forenses, tiene un completo muestrario de esencias que simulan los diferentes olores que emanan de un cuerpo en descomposición.
Con estos hedores entrena la Policía a estos seis perros, además de con cerdos muertos, ya que este animal es el que más similitudes tiene con el hombre en estado de putrefacción.
Restos de un puerco muerto han sido el cebo de la última práctica de entrenamiento con estos perros en el río Henares a su paso por Tórtola de Henares (Guadalajara), unos ejercicios en los que también han participado los buzos del GEO (Grupo Especial de Operaciones) de la Policía.
Para localizarlos, un pastor alemán -El Guaje- adiestrado por Pérez, ambos en la lancha junto a agentes de los GEO. Desde que el perro se sube a la embarcación, su único objetivo se centra en el agua, en tratar de detectar ese particular olor que llega a la superficie mientras los policías avanzan por el río lentamente.
Los fuertes ladridos son el lenguaje de El Guaje para indicar a los agentes que ahí, bajo el agua, hay algún resto o, al menos, que ahí su olfato ha apreciado algún olor sospechoso.
Entonces, los buzos marcan con una boya el lugar, aunque lo primero es responder al perro. Fran rápidamente le da su premio, un rodillo que muerde por su misión cumplida. Y es que como El Guaje, los perros de la Policía pueden tener una vida laboral de hasta 10 años al servicio del cuerpo.
Como El Guaje otros cuatro perros de esta especialidad trabajan en función «activa», es decir, cuando detectan el olor lo señalizan ladrando. Solo Brus, el braco alemán, desempeña sus misiones «en pasivo» porque es capaz también de detectar restos con sangre.
Brus se tumba cuando su olfato señaliza un olor y no ladra, a fin de no contaminar con su saliva los restos que puedan extraer los agentes, explica a Efe Miguel Ángel, otro guía canino de la Policía.
A estos seis perros especializados en esta misión, se suman casi otros 450 canes al cargo de 218 agentes distribuidos en 20 unidades para detección de drogas, explosivos, acelerantes del fuego, billetes, personas ocultas o salvamento.
Los primeros se incorporaron al cuerpo hace casi 70 años. Ocho pastores alemanes procedentes del ejército germano. Poco después, en 1947, se decidió que la Policía debía tener su propia unidad de adiestramiento canino.
Desde entonces, son muchas las misiones en las que han participado. A partir de 1976, en atentados terroristas para detectar explosivos y años más tarde, en la localización de personas vivas entre escombros con técnicas diferentes a las que se estaban utilizando hasta ese momento.
En esta especialidad, la Policía Nacional ha colaborado en la localización de víctimas en terremotos como los de Argelia (2003), Haití (2010) o Lorca (2011); tras el atentado terrorista de la T4 en el aeropuerto de Barajas o en el descarrilamiento del AVE en Santiago de Compostela el pasado año.
En 2003, los agentes introdujeron nuevas modalidades: la «Detección de Acelerantes del Fuego» (DAF) y la de «Localización de Personas Ocultas» (LOPO) utilizada en cualquier operativo policial donde el objetivo sea descubrir a un delincuente oculto o a inmigrantes escondidos en vehículos.
La última unidad puesta en marcha antes de comenzar a trabajar con perros en medio acuático fue la BCL -localización de billetes de curso legal- en la que los canes participan en operaciones antidroga o crimen organizado gracias a de la detención de otro olor: el de las tintas de los billetes.