martes, 26 de noviembre de 2024
El verano de su vida 24/07/2012junio 13th, 2017

Aunque imagina que el verano de su vida «estará por llegar, que todavía quedan muchos y que, sin duda, alguno será mejor que todos los demás», Carlos Pedrosa, el secretario regional de UGT, conserva un recuerdo especial de los veranos de principios de los años 70, los del final de la infancia y el principio de la adolescencia, en el pueblo de sus padres, Mohedas, una aldea de Bogarra en la sierra del Segura.

«Eran veranos en los que se juntaban hermanas y hermanos de mi padre, con sus hijos. Limpiábamos la casa, que estaba cerrada todo el invierno, la encalábamos… No había agua corriente ni servicios sanitarios y teníamos que lavarnos en el pilar. Los baños eran una pequeña represa con piedras en un río que había a cuatro o cinco kilómetros, con lo cual teníamos que andar lo nuestro para bañarnos y remojarnos un poquito», recuerda.


Especiales son aquellos veranos de adolescencia y juventud, «de esos en los que los atardeceres y la playa son lo más importante del mundo». Del verano de 1976 tiene un recuerdo imborrable. Fue el mismo que conoció a Aurelia Sánchez, su esposa, con apenas 16 años. «Ella estaba saliendo con mi amigo, nos fuimos a las fiestas del pueblo y allí la conocí. Ese verano empezamos a salir», cuenta. «¿Mi amigo? Se lo tomó… Éramos muy jóvenes».

De aquello han pasado casi tres décadas. «Eran los primeros escarceos con el alcohol y aquellas cosas; y en el pueblo, Villanos, éramos la novedad. Eran años de vino y rosas, por ser prudente -recuerda-. Los últimos del instituto. Y yo no podía ir de hoteles, la mía era una familia de trabajadores; nos apañábamos con una lata de atún y unos bocadillos».

Fue un noviazgo largo, «con muchas etapas y muchos veranos… Me casé con 30 años», cuenta; pero desde entonces, Vianos es su pueblo. «Cómodo, encantador, con apenas 400 habitantes y un paisaje precioso, preparado para el turismo rural. Desde allí nos movemos a la Fábrica de Riópar, a la zona del Campo de Calatrava y Campo de Montiel, a las lagunas…». También este año.

Su hija Sara insiste en que pasen al menos tres o cuatro días en el pueblo. «Tenemos obras en casa y las vacaciones van a depender de cómo vayan». Quizás se escapen algún día fuera, a Portugal o a la zona de Extremadura.

DE ACAMPADA EN LA PLAYA

Fiel al camping, «el último fue el año pasado en El Ejido, con los niños, Sara y Juan Carlos, aunque por primera vez fuimos a un bungalow, porque es más cómodo para ellos»; Pedrosa conoció la playa gracias a su novia, «si ella no me lleva, no hubiera ido nunca. A Aurelia le gustaba y el punto medio fue camping y playa».

A la hora de elegir entre España y el extranjero, se queda en el país, «los viajes más bonitos los he hecho aquí; fuera he viajado casi siempre por trabajo, alguna vez con mis padres a la vendimia de Francia y varias veces a Grecia», recuerda. Pero desde que lleva al frente de la secretaria regional de UGT le sobra poco tiempo y los viajes se han reducido bastante.

«Hago tantos kilómetros a lo largo del año que cuando llegan las vacaciones sólo me apetece parar». ¿Un lugar paradisíaco? París, ciudad en la que ha estado en un par de ocasiones y a la que tiene claro que volverá; y África, el viaje que tiene pendiente desde muy pequeño, «cuando iba a la escuela con mi hermano, nos parábamos delante de una tienda de motos y hacíamos las cábalas de que él iba en moto y yo en coche y dábamos la vuelta a África. Me encantaría hacerlo sin mucha organización, más bien a la aventura», asegura.

«EN EL CAMINO DE SANTIAGO VINO UNA RIADA Y LOS GALLEGOS NOS ACOGIERON EN SUS CASAS»

Especial fue también el verano de 1974. «Era año santo compostelano y fuimos con el colegio, el San Fulgencio, hasta Santiago, andando desde Laredo y pernoctando en tiendas de campaña.

Un recorrido guapo, fantástico, que nos costó 2.500 pesetas o algo así. Hicimos una parada en un pueblo gallego del que nunca recuerdo el nombre, vino una riada y se llevó las tiendas», recuerda. Afortunadamente, todo se quedó en un susto. Y como no hay mal que por bien no venga, los acogieron en el pueblo.

«Conocimos la Galicia más profunda, muy de cerca. Recuerdo que una mujer de 74 años -había nacido el 1 de enero de 1900-, nos hizo un caldo gallego a mi amigo Ángel y a mí, que nos comimos alrededor de las gallinas y estaba para chuparse los dedos…Yo había salido de Albacete lo justo y la experiencia fue inolvidable».

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