Preguntarle a la artista toledana Dalila del Valle por su verano es hacer un recorrido por buena parte del mundo, lugares en los que no sólo ha estado como turista, sino también con el pasaporte de la pintura realizando exposiciones, haciendo amigos, conociendo a actores de Hollywood como Bruce Willis o Eddie Murphy… en definitiva -como ella misma dice-, dando «la vuelta al círculo de la vida».
Definiéndose como autodidacta, licenciada, pintora, empresaria, galerista, fotógrafa, algo poeta y tremendamente romántica, no es de extrañar que sus vacaciones siempre hayan sido muy intensas y repletas de experiencias. Sus primeros recuerdos se remontan a los vestidos de lacitos, cuando, siendo una niña que no se separaba de su cuaderno de dibujo y una guitarra española, pasaba los veranos en la playa o en la montaña junto a sus padres.
Empezó a ejercer de adulta y «sentí la necesidad de conocer otros sitios más lejanos, otras culturas, otras gentes, ciudades con rascacielos, otro tipo de personas en la época en la que se comenzó a hablar del arte pop de Andy Warhol«. Nunca podía dejar muy lejos, eso sí, su cuaderno de dibujo.
Su primer viaje al otro lado del Atlántico fue en 1979 a México; aquí pudo iniciarse en la práctica del submarinismo. Tres años después visitó Miami y más tarde Orlando, donde -«por aquello de no perder ese aire infantil que todos deberíamos conservar»- no pudo resistir la tentación de pasar una divertida jornada en Disney World. Arrancaba un periplo estadounidense que le llevaría a vivir durante 10 años en Nueva York y a empaparse de su cultura y forma de vida; no en vano aquella fue su etapa más prolífera en cuanto a su creación pictórica y escultórica.
Por el camino, además de muchas satisfacciones profesionales, ha ido coleccionando amigos de la meca del cine, del mundo del deporte como Mike Tyson e incluso del ámbito de la política como el ex diputado Javier Rupérez mientras residía en Washington en su cargo de embajador de España en Estados Unidos.
También siente especial predilección por los paseos en góndola en Venecia y por París, ciudad a la que ha ido en numerosas ocasiones y donde aprovecha para disfrutar de los espectáculos del Palacio de la Ópera.
A Dalila le faltaba en su diario de viajes lo exótico y misterioso de las culturas orientales. La inauguración de una de sus muchas exposiciones le brindó la oportunidad de estar tres días en Japón. Las 18 horas en avión se diluyeron en el encanto de sus gentes, lo fascinante de su cultura y en la hospitalidad de ciudades como Tokio o Nara, esta última hermanada con Toledo. «Me llamó mucho la atención la cantidad de robots que te encuentras por todas partes, incluso las máquinas expendedoras de Coca-Cola son robots que se acercan para ofrecerte un bote».
A pesar de tanto peregrinar, no se olvida de sus raíces, del Toledo que tantas veces le ha inspirado en sus obras. Se siente afortunada de ser de donde es y de poder contar con mucho orgullo que sus orígenes están en una ciudad que es un Conjunto Histórico Patrimonio de la Humanidad y capital de las tres culturas. Según ponía de manifiesto, es un lujo formar parte de la «ciudad de Carlos V, la villa del Greco, la metrópolis del esoterismo y las leyendas…» y pasear por un «centro histórico lleno de callejuelas, la vieja judería y sus pasadizos».