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04/02/2015junio 8th, 2017

El 27 de enero se conmemoraba el Día Internacional en memoria de las víctimas del Holocausto, una fecha para recordar el horror de las guerras y el sufrimiento de sus víctimas. Las historias de tres castellanomanchegos que pasaron por campos de concentración nazis -y que están recogidas en el libro «Los últimos españoles de Mauthausen», de Carlos Hernández de Miguel- son testimonios de lo terrible que fue la Segunda Guerra Mundial.

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Esteban Pérez Pérez, Luis Perea Bustos y José Sáez Cutanda son los nombres de estos tres castellanomanchegos cuyas historias Carlos Hernández también ha plasmado en la web deportados.es. Tras la Guerra Civil española huyeron a Francia, donde fueron apresados por los alemanes y enviados a Mauthausen.

Carlos Hernández, periodista con trayectoria como corresponsal, explicaba a Encastillalamancha.es que fueron muchos los castellanomanchegos que acabaron en campos de concentración alemanes, «al menos 800, de los cuales 285 eran de Toledo, 160 de Albacete, 150 de Ciudad Real, 127 de Guadalajara y 86 de Cuenca». A nivel porcentual, fue una de las regiones con más víctimas, por encima de la media nacional. Cuenta que en el libro ha recogido 18 testimonios directos pero también otros tantos -hasta un total de 100- indirectos sacados de los archivos y del recuerdo de familiares; todos ellos con un denominador común: sentirse abandonados por España y por sus pueblos y la enorme solidaridad de la que hicieron gala durante su cautiverio. Para Hernández fue significativo hablar con Luis Perea, a quien finalmente apenas pudo entrevistar por su avanzada edad. «Fue su familia la que me contó sus años en Mauthausen; él lo único que podía hacer era asentir pues estaba en los últimos momentos de su vida. Tanto él como sus allegados agradecieron mucho que alguien se interesase por su historia».

Cree que tan solo quedan entre 20 o 25 españoles supervivientes de los campos, pero pueden ser más pues «en cada pueblo de España te puedes encontrar con alguna historia».

«INYECTABAN GASOLINA PARA EXTERMINAR A LOS MÁS DÉBILES»

Esteban Pérez Pérez, natural de Portillo de Toledo, vivía en Madrid cuando se produjo el levantamiento contra la República. Luchó en la capital participando en las principales batallas. En febrero de 1939 cruzó la frontera para siempre y, tras pasar un tiempo en un hospital de Marsella, acabó en una Compañía de Trabajadores Españoles. Fue capturado por los nazis en Dunkerque y deportado a Mauthausen, donde trabajó en una fábrica hasta enfermar. Gracias a un médico checo que le alertó de lo que le podría pasar si continuaba en la enfermería -solían inyectarles gasolina para exterminar a los más débiles-, abandonó su convalecencia y volvió al trabajo, en esta ocasión a la construcción de carreteras y vías de tren y más tarde a la fabricación de combustible para misiles. En los últimos días de la guerra, los priosioneros fueron evacuados a pie al campo de Ebensee; en su marcha se toparon con el ejército americano y llegó la ansiada liberación. Esteban fue repatriado a Francia, donde se reencontró con su mujer, María, después de muchos años de separación. No llegó a conocer a su primer hijo, que murió con solo cuatro años, pero tuvo dos hijos más. Trabajó en la fábrica de Renault, en la ciudad de Billancourt hasta su jubilación; después, en 1970, se instaló en Montséret, donde falleció su mujer. Los últimos años de su vida los compartió con Thérèse, quien se afanó por que Esteban recibiese el reconocimiento que merecía. Así, en 2014 fue nombrado Caballero de la Orden Nacional del Mérito. Falleció el 15 de noviembre de 2014, en Narbona, con 103 años. Regresó varias veces a Mauthausen pero nunca a su pueblo natal.

«LA MUERTE LA TENÍAMOS PRESENTE A CADA INSTANTE»

La historia de Luis Perea Bustos, natural de Socuéllamos (Ciudad Real), también es digna de ocupar las páginas de muchos libros de historia. Su vida fue difícil desde niño cuando a los 10 años perdió a su madre. En la Guerra Civil española luchó en el frente de Madrid y en las batallas de Teruel y El Ebro. En febrero de 1939 se marchó de España a Francia para malvivir trabajando en una de las Compañías de Trabajadores Españoles. Estaba construyendo fortificaciones en la línea Maginot, en la frontera con Alemania, cuando fue apresado por el ejército nazi y enviado a varios campos de prisioneros. En 1941 llegó a Mauthausen después de tres días de viaje en el interior de un vagón de tren para ganado. «Abrieron las puertas de los vagones y empezaron a dar patadas y a lanzar los perros. Teníamos que bajar rápidamente. Muchos estaban enfermos con diarréa y con fiebre pero ahí no se respetaba nada. Estaban enloquecidos y nos pegaban», escribió en sus memorias, donde también recuerda con dolor que «al verlo, pensamos que lo que habíamos pasado no era nada al lado de lo que se nos venía encima. Cada noche pensábamos ‘hoy hemos pasado, a ver si mañana pasamos el día’. La muerte la teníamos presente a cada instante, formaba parte del vivir de cada día. Ya nos dijeron al llegar que la única forma de escapar del campo era por la chimenea».

En Mauthausen se ocupaba de limpiar la barraca en la que dormía ante la mirada de un vigilante que no dudaba en maltratarle si algo no estaba a su gusto. Pasó a una fábrica de armamentos, motores y coches en Steyr pero su situación no mejoró: «murieron muchos compañeros maltratados, de hambre, de frío… vimos como metían a un compañero en un bidón de agua helada y lo dejaban tieso». El día que fueron liberados por las tropas estadounidenses Luis tenía 27 años y pesaba 30 kilos. Volvió a Francia para instalarse a Fresnes, a donde llegó sin nada, solo con su traje de rayas de prisionero que tiñó de azul marino y que estuvo usando durante años para buscarse la vida. Allí acabó trabajando de fontanero y conociendo a su futura mujer, María, una española que fue a Francia para trabajar como niñera. Murió el 13 de julio de 2014 en Hendaya sin que ninguna noche le dejasen de atormentar las pesadillas.

EL ALBACETEÑO QUE AYUDÓ A LOS MÁS DÉBILES EN MAUTHAUSEN

Deportados.es recoge también la vida de José Sáez Cutanda, un albaceteño nacido en Bormate que defendió la República entre el Segre y el Ebro. Se exilió a Francia en febrero de 1939 siendo internado en los campos de Saint-Cyprien, Vernet y Septfonds, donde pasó hambre y vio morir a compañeros. Fue obligado a integrar la 25ª Compañía de Trabajadores Españoles, llegando a Maginot para realizar allí tareas de fortificación. En la ocupación nazi de Francia no consiguió llegar a Suiza y fue apresado por las tropas alemanas para, finalmente y tras pasar por dos campos de prisioneros, ser deportado a Mauthausen. Al llegar consiguió camuflar su pequeña cartera, donde conservó hasta el día de la liberación su certificado de identidad, documento de la guerra de España. Rodeado de miseria y de compañeros que iban cayendo, pasó por la cantera, por la construcción de carreteras y por una central eléctrica, donde fue jefe de trabajo y de barraca, posición que le sirvió para ayudar a los más débiles.

Mantuvo siempre la esperanza de salir de allí con vida. Lo consiguió; entonces pesaba solo 43 años. Fue repatriado a Francia y acogido en Alfortville, donde conoció a su mujer y murió en 2014. En 1964, una vez que consiguió la nacionalidad francesa, regresó por primera vez a Bormate. Nunca habló de su cautiverio pero siempre se levantaba por las mañanas con las imágenes del horror. Solo un año antes de su muerte ofreció su testimonio a su sobrino y a unos profesores de la Universidad de Castilla-La Mancha. Su historia, no obstante, la ha mantenido muy viva su mujer, comprometida con que la memoria de los deportados nunca se olvide.

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