sábado, 23 de noviembre de 2024
Hace siete años murieron 11 miembros de un retén y ardieron 13.000 hectáreas de bosque 15/07/2012junio 13th, 2017

El pequeño municipio de la Riba de Saelices, en plena Sierra del Ducado de Medinaceli, ha vivido los últimos siete años a la sombra de una tragedia, la del incendio de Guadalajara, en la que murieron 11 miembros de un retén y se calcinaron 13.000 hectáreas de bosque, aunque también ha visto, en este tiempo, cómo volvía a resurgir una comarca que ha hecho del medio ambiente su razón de ser.

El 16 de julio de 2005, un grupo de excursionistas prendió una barbacoa en un paraje conocido como la Cueva de los Casares y dio inicio a uno de los sucesos más relevantes para la provincia, que ha vivido en los últimos días la resolución judicial del proceso, saldado con un único condenado a dos años de cárcel.


Desde que ocurriera aquello, han pasado siete años y la Riba de Saelices ha seguido siendo ese pequeño municipio prácticamente desierto en invierno y foco de visitantes en verano, rodeado de un monte de un gran valor medioambiental.

Un valor que, contradictoriamente, el trágico incendio ayudó a visualizar, cambiando para bien «las reglas del juego», en palabras de Santiago Aragoncillo, trabajador de la empresa pública de Gestión Ambiental de Castilla-La Mancha (Geacam) hoy y cuando ocurrió el incendio.

«Antes no se pensaba tanto en la precaución… Pero todo el mundo: trabajadores, empresas, administración. No eran tan conscientes de la necesidad de adelantarse, pero porque nunca había ocurrido algo así», explica a Efe Aragoncillo, un joven de 36 años, natural de Molina de Aragón, que lleva trabajando en los montes de la comarca desde 1998.

A su juicio, en una comarca en permanente despoblación como la de Molina de Aragón, el incendio de la Riba de Saelices ayudó a fijar población en los pueblos gracias al nuevo interés que supuso el mantenimiento más profesionalizado de los montes, traducido en puestos de trabajo fijos.

Un trabajo que también se ha notado especialmente en las 13.000 hectáreas devastadas por el incendio, cuya regeneración, según Aragoncillo, «no va mal».

«Hay zonas que se han regenerado bien y otras que nunca volverán a ser lo que eran. Ahí había pinos y robles centenarios que no se volverán a ver», zanja este joven, que reconoce que aquel incendio sigue siendo «una herida abierta» para muchos habitantes de la zona, avivada en los últimos días por el juicio y por el incendio de Hellín (Albacete).

Y casi centenaria, como los robles y pinos perdidos, es Catalina, una vecina de La Riba, que vivió el incendio muy de cerca, puesto que el fuego llegó a estar a unos metros de su casa.

Catalina lleva varios años alternando los veranos en la Riba con los inviernos en Benidorm y recuerda perfectamente aquel verano de 2005.

«Fue una tragedia que, por lo menos, sirvió para algo», apostilla la mujer, que defiende que, en los últimos años, ha aumentado el número de gente que construye casas en el pueblo, en su mayoría jóvenes parejas.

Casas como la suya, desde donde se ve perfectamente la Cueva de los Casares, la zona donde se inició el fuego, hoy convertida en un área de picnic, ya sin barbacoas, en la que pasan la mañana una pareja y su hijo pequeño que, como tantas otras, han venido a La Riba de vacaciones veraniegas.

Allí, la sensación térmica es sensiblemente más alta que en la Riba, a pesar de la proximidad del río, y ello se debe a que la vegetación arbórea es prácticamente inexistente, y parece un solar arrasado de color amarillento que tardará muchos años en regenerarse.

Y en esa tarea trabajan hoy en día la veintena de jóvenes del Centro de Educación Ambiental «Dehesa Común de Solanillos», ubicado en Mazarete, cuya responsable, María Jesús Merino, explica que, desde su puesta en marcha se concibió como un foco de fijación de la población de la zona.

Domínguez señala que todos los trabajadores del centro están entre los 22 y los 35 años y, en su mayoría, son de la provincia, con prioridad para la gente de la zona.

En este centro, donde se hacen campamentos infantiles con especial dedicación a la naturaleza y el medio ambiente, se ha buscado siempre garantizar un medio de vida para que los jóvenes que abandonaron la comarca pudieran volver y se dedicaran profesionalmente a cuidar los montes.

«Es que aquí el monte es de todos los vecinos, siempre ha sido así», concluye Aragoncillo, antes de volver a su tarea diaria.

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