Tres orejas paseó el diestro Julián López «El Juli», dos de ellas de un toro de vuelta al ruedo de Daniel Ruiz, lo que le permitió abrir la Puerta Grande en el último festejo de la feria de la Virgen de los Llanos de Albacete.
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Cinco toros de Daniel Ruiz, que sustituyeron a los inicialmente anunciados de Las Ramblas, y un sobrero -el tercero- de El Torreón, bien presentados y de juego dispar. Los mejores, el segundo, premiado con la vuelta al ruedo, y el quinto.
TRES FIGURAS, TRES ACTUACIONES
Enrique Ponce: media trasera y tendida que produce derrame (ovación); y media caída (ovación).
Julián López «El Juli»: estocada (dos orejas); y estocada y dos descabellos (oreja).
Sebastián Castella: dos pinchazos y estocada tendida (silencio); y pinchazo y estocada (oreja).
La plaza rozó el lleno en tarde soleada y agradable.
PERFECTA COMUNIÓN
«El Juli» ha puesto el argumento triunfal al último festejo de la feria de Albacete. «El Juli» y un gran toro de Daniel Ruiz, premiado con la vuelta al ruedo, con el que surgió una comunión total entre hombre y fiera de principio a fin.
Faena de mando, temple y mucha largura en la ejecución de unos muletazos muy bajo. Los mismo por el derecho que al natural. Obra compacta, maciza y rotunda, rubricada con una gran estocada. Dos orejas para «El Juli» y los honores de la vuelta póstuma para el astado.
Con el quinto, el otro toro bueno del envío, volvió a mostrar idéntica dimensión el madrileño en otra faena de altos vueltos, sobre todo al natural, aunque, esta vez, no hubo la misma contundencia con la espada, por lo que solo paseó un apéndice.
La otra oreja de la tarde la paseó Castella del sexto, toro que se movió aunque sin terminar de descolgar con el que el francés anduvo valentón en una labor limpia y bien hilvanada.
Antes, con el sobrero de Torreón, poco pudo hacer Castella más que un par de detalles aislados.
El peor lote en conjunto cayó en las manos de Enrique Ponce. Ni el primero y ni el cuarto le permitieron esbozar ese concepto tan elegante que posee, aunque sí su prodigiosa técnica para acabar imponiéndose a ambos astados, justificándose así con dos merecidas ovaciones.