lunes, 25 de noviembre de 2024
El Verano de su Vida 10/08/2012junio 13th, 2017

El arte ha sido su mejor pasaporte para viajar por el mundo. El pintor toledano Fernando Silva asegura, no obstante, que lo mejor no son los viajes ya realizados sino los que están por venir.

Recuerda su viaje a Berlín, una ciudad de la que se trajo una gran admiración por la importancia que dan al arte y las ganas de volver. Añadía que «si llego a conocer Berlín con 25 años me habría quedado allí». En su opinión, en España deberíamos tomar nota de cómo se aborda el mundo del arte en Alemania y de cómo en cada rincón de Berlín cualquier sitio es bueno para instalar una sala de exposiciones. «Cuando tanto se habla hoy en día de crear espacios de arte, sería estupendo que aquellos lugares no habitados sean habitados por la cultura para poder colgar de sus paredes, de arriba a abajo, cuadros y obras de arte», ponía de manifiesto.


«El de Berlín ha sido, sin duda, uno de los viajes de mi vida ya que me ha descubierto unas cuantas puertas que tenía cerradas».

Y como lo mejor está por venir, su asignatura pendiente es visitar Nueva York y conocer en la cuna el expresionismo abstracto americano que tanto llegó a influir en su obra.

Pero no hay que irse fuera de España para encontrar veranos inolvidables en la vida de Fernando Silva. Mucho más cerca, en su ciudad natal: Toledo, los días estivales los pasaba junto al río Tajo pescando, pintando al natural, paseando por las noches y en junio o julio acudiendo a algún campamento de verano. «No éramos la típica familia que se montaba en el Seiscientos y se iba a Benidorm». Siempre se ríe al acordarse cuando se iba a pintar al Valle en pleno mes de agosto y el disolvente se le evaporaba por el calor. El Tajo ha sido para él un escenario fundamental, no en vano este verano sus grabados, dibujos y esculturas han protagonizado la exposición «Fluid» en el Centro de Interpretación del Agua de Daimiel, un claro homenaje al agua y al río.

Fue a los 18 años cuando por primera vez montó en avión y vio el mar con motivo de un encuentro internacional de música y pintura celebrado en Mijas. «Aquí empecé a conocer la pintura contemporánea de Luis Gordillo, Fernando Zobel, Antoni Tàpies…». Su trayectoria profesional también está muy ligada a Valencia. En 1981 ingresa en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos, compaginando los viajes a Valencia con su trabajo como profesor de dibujo en Toledo. «Esta formación hizo que comenzase a reírme de la seriedad del arte; había que destruir los mitos y esas imágenes de un Toledo sólido y encerrado».

Después llegarían otros viajes muy significativos, como cuando expuso en 1989 en el Centro Latinoamericano de Burdeos. Era su primera muestra fuera de España. Un año después -recuerda con satisfacción- expondría en la Abadía de Chancelade, en la localidad francesa de Perigueux. Esta etapa representa un antes y un después en su carrera ya que «coincide con un cambio temático y técnico en mi manera de ver la pintura; abandono la pintura más tradicional y suelto brocha y pincel para pintar con las manos y hacer una obra más licuada y etérea. Fue un cambio muy grande en el que encontré un lenguaje que nunca había utilizado».

Ya entonces, en sus viajes, ocupaba un lugar importante el mítico coche «Cuatro L», muy útil para transportar los grandes cuadros a una velocidad, eso sí, de no más de 80 kilómetros por hora. Apuntaba que «los pintores deberíamos hacer un homenaje a este vehículo por todo lo que lo hemos empleado». Aunque no fue en «Cuatro L», otro de los veranos de su vida fue cuando viajó en una furgoneta junto a otras dos familias -en total 11 personas- a la Bienal de Venecia del año 1993. Vivieron una auténtica aventura en la que la lluvia les acompañó en todo momento y les obligó a conseguir unos improvisados chubasqueros.

Y si actualmente los veranos prefiere aprovecharlos para pintar, nunca falta el viaje que hace junto a su mujer a Asturias. En estas escapadas les encanta conocer las cuevas del Cantábrico y el arte rupestre.

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