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28/08/2012junio 13th, 2017

El 8 de agosto regresó de vivir una experiencia única. El párroco de la iglesia de San José Obrero del barrio toledano del Polígono, José Antonio Jiménez, más conocido como Quillo, ha estado durante un mes de misionero en República Dominicana, concretamente en el distrito de San Pedro de Macorís, a una hora de la capital, Santo Domingo, donde ha tenido la oportunidad de hacer pequeñas grandes cosas pero también de comprobar con lo poco que viven en algunas partes del mundo.

Junto a otros seis profesores voluntarios de Madrid y Toledo, Quillo dedicaba las mañanas a dar clases en la escuela de verano de un colegio de las Concepcionistas al que acuden más de 2.000 niños. A esta escuela de verano van 250 niños que reciben una beca de 100 euros donada por personas de España y gracias a la que ya tienen, por ejemplo, un seguro sanitario para todo un año. Por la tarde visitaban las bateyes, esto es, las chabolas en las que numerosas personas de la periferia viven de forma marginal. Allí la ayuda que se prestaba era más básica, llevaban alimentos y aprovechaban también para dar clases de cultura general en aulas prefabricadas. La actividad no paraba el fin de semana y es que los sábados y domingos el sacerdote toledano se encargaba de dos parroquias.


Asegura que lo más duro no ha sido la gastroenteritis con la que ha venido ni sus cuatro kilos de menos o los menús a base únicamente de arroz y pollo, sino el hecho de ver en primera persona realidades tan duras. «Allí la mujer, por ejemplo, apenas tiene derechos, al menos en las zonas pobres como en la que he estado; es más, tener una hija es considerado un regalo porque podrán prostituirse en los hoteles».

Otro de los momentos que dejó sin palabras a Quillo fue cuando en mitad de la clase empezó a llover y los niños salieron rápidamente a los canalones de la escuela a ducharse y a coger agua en botellas de plástico. Dice que allí el agua es un bien que no abunda y que por eso cuando cae del cielo todo el mundo intenta aprovecharla.

La deficiente alimentación es otro factor común entre los niños de ahí que en las escuelas se empiecen las clases con un desayuno. Ir a la escuela es un premio para unos niños que no saben dónde está España ni Europa, «solo conocen Iberoamérica y Nueva York; no en vano su gran sueño son ser ‘pelotari’ (jugador de béisbol) y viajar a Nueva York».

También ha estado cerca de la tragedia que se sigue viviendo en Haití a raíz del terremoto, de donde muchos llegan a República Dominicana para trabajar en las plantaciones de tabaco y azúcar, dos de las principales maneras de subsistencia de los habitantes.

Ha sido la primera vez que va de misionero y confiesa que ha sido una experiencia muy positiva, no obstante asegura que «hay que estar preparado física y mentalmente».

Aunque no saben dónde está España, «sienten un gran cariño hacia los españoles y, más en concreto, hacia la iglesia española». En esto tiene mucho que ver la ayuda que prestan los misioneros que como Quillo han llevado hasta allí sus ganas de ayudar, maletas llenas de medicamentos y más de 30 nuevas becas financiadas por toledanos para que haya más niños que puedan ir a la escuela.

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