«Cuando los judíos tuvieron certeza de que estaban condenados a muerte, la maquinaria criminal nazi ya había asesinado a varios cientos de miles». El historiador y periodista Marian Turski, superviviente del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, explicó en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) el difícil proceso por el que los judíos polacos conocieron la solución final, el plan sistemático por el que Hitler planeó el genocidio sistemático de este pueblo. «No fue hasta mediados de 1942 cuando la noticia del horror llegó a los guetos de Varsovia y Lodz».
El seminario sobre el septuagésimo aniversario de la liberación de Auschwitz que ha celebrado la Universidad de Castilla-La Mancha se ha cerrado con la intervención de Marian Turski, polaco judío de 89 años que sobrevivió al gueto de Lodz (el segundo más grande tras el de Varsovia) y a dos campos de exterminio: el propio Auschwitz y Buchenwald. La intervención de Turski -en el Aula Magna de la Facultad de Letras de Ciudad Real, llena hasta los pasillos- no fue fácil. Profusa en detalles históricos y plagada de referencias al horror, pretendió situarse en la realidad histórica para identificar el momento en el que los habitantes de los guetos de Varsovia y Lodz fueron conscientes de la sentencia a muerte que pendía sobre sus cabezas tras la puesta en marcha de la denominada Solución Final, el plan de Hitler que contemplaba un genocidio sistemático de la población judía europea y que también se conoce como Holocausto o Shoah.
Según Turski, la conciencia de la propia condena llegó primero a las elites, a los mejor informados, del gueto de Varsovia. Este barrio de la vergüenza, habitado por 400.000 personas, sufrió desde el primer momento el espanto de la ocupación nazi: «en dos años murieron de muerte ‘normal’, es decir, de enfermedades o hambre, más de 100.000 personas», explicó Turski. Pero el horror se materializó en un hecho concreto: la masacre de Ponarach, el asesinato de más de 100.000 personas en un suburbio de la actual Vilna, la capital de Lituania, a principios de 1942.
Los judíos del gueto de Lodz vislumbraron su destino unos meses después, y como consecuencia de no uno, sino varios hechos. La llegada al gueto de la ropa de varios miles de deportados muertos, que creían que viajaban en trenes hacia un puesto de trabajo o una vivienda mejor, cuando en realidad eran conducidos a los primeros campos de exterminio, tras comprobar la efectividad letal del gas Zyklon B en Auschwitz. Paralelamente, los habitantes de Lodz supieron que el comandante del vecino campo de exterminio de Chelmno había encargado un molino para convertir en polvo los huesos de los prisioneros. Por último, al jefe de la comunidad judía de Lodz los nazis le pidieron que entregara a 16.000 niños menores de diez años y ancianos. Su homólogo en el gueto de Varsovia optó por el suicidio, según contó Turski.
Tras su intervención, Marian Turski aceptó preguntas del auditorio. En una de ellas se le interpelaba por su concepción del sentido de la vida, después de haber cohabitado con el horror durante buena parte de su existencia. «Esto es lo que da sentido a mi vida», señaló. Y por «esto» se entiende su labor como activista a favor de la memoria, que le mantiene insólitamente ágil y comprometido a pesar de su edad. Y de una vida que comenzó a torcerse en 1939, con la invasión nazi de Polonia en 1939, cuando él sólo tenía 13 años, uno antes de ser recluido junto con sus padres y su hermano pequeño en el gueto de Lodz. En agosto de 1944, toda la familia fue deportada a Auschwitz, donde tanto su padre como su hermano murieron. A él le trasladaron después a Buchenwald, donde permaneció hasta que el campo fue liberado y pudo regresar a Lodz y reencontrarse con su madre. Turski se casó con Halina, superviviente del gueto de Varsovia y presente también en la jornada de clausura de las jornadas de la UCLM Auschwitz, una conmemoración para la humanidad.