«Yo conocí Benidorm cuando era Benidorm, un pueblo con sólo dos hoteles y dos playas: la de Levante y la de Poniente. Un pueblo de pescadores». Eran los años posteriores a la Guerra Civil, nos situamos a principios de los 40 del siglo XX y nuestro protagonista, el guía toledano Luis Alba, acompañado de su madre y hermanos, conoció el mar por primera vez cuando tenía ocho años, «y no me creí que fuera todo agua. Ja, ja, ja…».
Años felices de infancia cuyos veranos se truncaron por las estrecheces económicas que entonces vivía la familia. «A mi padre le habían matado en la Guerra y la familia no podía permitirse ciertos lujos». De ahí que también durante unos años viviera las tradicionales ferias de agosto de la capital regional. Unas ferias de Toledo que tampoco tenían absolutamente nada que ver con la actuales, ahora muy de capa caída. «Entonces la feria era el sueño de todos los chavales de mi edad. Recuerdo que había dos sitios para bailar: uno, el Casino;?y dos, la Sociedad Arte».
Su primera salida fuera de España fue a Inglaterra. Allí se plantó a finales de los años 50, en Londres, con la intención de estudiar inglés. Que le vino divinamente, porque acto seguido estuvo durante 17 años viajando por Europa como guía turístico con el touroperador Meliá. Viajes de antaño muy diferentes a los actuales. No en vano, «yo recuerdo que hice alguno que salía de Madrid, nos recorríamos gran parte de Europa en autobús durante 60 días y volvíamos a Madrid». Auténticos viajes palizones que eran contratados, en muchos casos, por turistas latinoamericanos ricos.
«He viajado durante 30 años de mi vida», recalca, y de todos las ciudades visitadas, la mayoría en verano, su mejor impresión se la llevó de Italia. «Concretamente de Venecia, donde yo hubiera deseado fletar un avión y montar en él a mis familiares, a mis amigos… Pasados los años, en estos momentos, haría lo mismo».
Entre las muchas anécdotas que guarda, destaca una ante la que todavía sonríe cuando la recuerda: «Estábamos delante de la basílica de San Pedro, en el Vaticano, y una de las señoras americanas que iban en el grupo en el que yo era guía me preguntó que si era el Teatro de la Ópera. Será que esperaba entrar y sentarse en su butaca. Ja, ja, ja…». Uno de sus últimos viajes ha sido a Malta. Y ha venido contando maravillas: «Me ha impresionado. No he visto nunca iglesias tan bonitas como ésas, con una riqueza exhuberante y una limpieza y un cuidado exquisitos. ¡Y las tumbas…! Puro mármol incrustado. Y en todas las casas una imagen de la Virgen, con sus luces, flores…».
LOS VERANOS EN TOLEDO: «EXAGERAMOS CON EL CALOR»
De todas formas, para Luis Alba todos los veranos son inolvidables. Lo que sí tiene claro es que es durante estos meses cuando aprovecha para leer. Y recalca que veranear en Toledo no es asfixiarse de calor. «Creo que exageramos un poco con eso. Por ejemplo, me compré un aparato de aire acondicionado y apenas lo he puesto cuatro días. En realidad, si echas números, a mí no me ha salido demasiado rentable».
Curiosamente, este viajero impenitente no ha vuelto a París desde que lo conociera allá en el año 1972. Sí regresó a Londres hace tres años «y me llevé una decepción. Claro, la primera vez vi a la gente con esos bombines… ¡Y ahora es todo tan distinto! Lo que sí he aprendido es que las ciudades, igual que las personas, cambian. Pero eso no significa que no vaya de nuevo a París. Lo haré.
Viajar y leer son las dos principales aficiones de Luis Alba. Y ambas las practica, sobre todo, en verano. Es el momento ideal, tanto por su trabajo como por la época.