En época baja y a ser posible en coche: así le gusta viajar en verano al diputado regional socialista y portavoz de Sanidad de este partido en las Cortes de Castilla-La Mancha, Fernando Mora, que este verano, por la crisis económica, está dudando entre irse a Baviera o a una playa española, ya que sus hijos veinteañeros, que han acabado de sobra (llevan hechos varios máster) sus estudios superiores, Relaciones Internacionales y Magisterio, están en el paro. En todo caso, al recordar sus últimos viajes estivales, se nota que a Mora le gusta viajar aprovechando al máximo la experiencia. Solo hay que escuchar todo el lujo de detalles que derrochan sus palabras. Así, el placer del viaje es doble: máximo para el viajero, claro, pero el testigo del relato también disfruta algo, aunque sea por delegación, de la experiencia. Egipto, Portugal y Francia fueron sus últimos destinos.
Fernando Mora, cuando tiene unos días libres, se escapa en busca de lugares donde no vaya a encontrar a nadie conocido. Quiere desconectar de su día a día pero sigue poniendo en práctica su modelo de viaje ideal: combinar la cultura con el entretenimiento y el descanso. Así lo ha hecho durante los dos últimos veranos en los que ha estado en la zona de Burgos y La Rioja y en el valle de Baztán, en Navarra, un sitio por descubrir para cualquiera, donde el delegado de la Junta de Castilla La Mancha ha encontrado un parque natural con inmensos bosques de hayas y espléndidos jardines del siglo XIX.
Desde que se casó no pasa un verano sin hacer una escapada con los suyos, con su familia, o al menos con su mujer. Portugal, Italia, Francia, Túnez y por supuesto, España, son algunos de los paises que han recorrido y a menudo con la tienda de campaña a cuestas: “Somos cuatro y a veces la economía no da para más”. Así hicieron su viaje a Italia, en 2003. Fueron casi 20 días en los que visitaron Roma, Venecia, Florencia y Pompeya, ciudad en la que Fernando Mora apreciaba detalles fellinianos por todos los rincones: “Los chicos rondaban a las chicas a la antigua usanza, merodeaban a su alrededor como hace años”. También recuerda el camping infernal en el que pasaron aquellos días que estaba al lado de la vía del tren. “Luego entendí por qué poco tiempo después el gobierno italiano disolvió la Corporación municipal por corrupción. La ciudad era un caos”. Una impresión parecida le causó Nápoles, allí ni siquiera se atrevió a entrar: “La conducción era pésima, me dio miedo”. A pesar de todo aquel viaje le encantó, al igual que el que hicieron a Francia cuando sus hijos tenían 9 y 11 años. Poitiers, el valle del Loira y París fueron los sitios escogidos en aquella ocasión.
“Siempre procuro compaginar las visitas a los museos con el ocio, no me gustan los viajes a la playa, la arena y el calor llegan a ser insoportables”. Por ello solo tuvo este tipo de veraneos cuando sus hijos eran pequeños y sus suegros alquilaban apartamientos en Cullera o en Alicante. Es de los que se recrean en la naturaleza: “Me gusta el mar, pero para contemplarlo, ver las puestas de sol, no soy mucho de playa”.
Tampoco le gustan los viajes organizados con agencias: “Son muy estandarizados”. Prefiere buscarse la vida y correr aventuras como cuando estuvo en Marruecos, en 1984, con su mujer, un año antes de casarse, y con otros amigos. “Alquilamos un coche en Tánger y nada más arrancarlo nos pusieron una multa”. Resulta que estaba aparcado en sentido contrario y ellos dirigieron la marcha en el sentido en que se encontraba el automóvil sin saber que iban en dirección prohibida. Luego para llegar a Marraquech había que atravesar una zona desértica y tuvieron hasta tres pinchazos de rueda durante el recorrido. “Aquel viaje fue como retroceder a la Edad Media pero a pocos kilómetros de España. En las ciudades las calles estaban divididas por oficios, además eran tan estrechas que para trasladar materiales y demás productos sólo podían hacerlo en burro”. Su vuelta a África fue hace seis años, a Túnez, un país que encontró mucho más occidentalizado que el Marruecos que él había conocido años antes.
Otros de sus destinos habituales son Portugal y el norte de España. Del país vecino destaca Peniche, al norte de Lisboa, donde recuerda un restaurante metido casi en el mar, “donde se come un arroz al tamboril espléndido” y sobre todo, las puestas de sol. Hace dos años hizo un recorrido turístico con su mujer por el Portugal que no conoce nadie. Destaca su visita a Braga, una ciudad “admirable en la conservación de su casco histórico, de la que Toledo podría tomar ejemplo”. De nuestro país le gusta especialmente el norte. “Allí el ambiente es fenomenal, la atención es inmejorable y el paisaje estupendo”, dice.
Sin embargo, a pesar de haber viajado tanto, la primera escapada de su vida tuvo que esperar. “Mi familia no tenía posibles, no veraneábamos en ningún sitio”. Fue su hermano, seis años mayor que él, quien le pagó las vacaciones. Los dos se fueron a Almería y un año después, a Alicante, siempre con “los sueldos de mi hermano porque mis padres nunca me llevaron a la playa”, especifica.
Si tuviera que escoger un lugar se queda sin dudas con París. “Es la ciudad como referencia con su río, la historia que tiene detrás, el trazado tan racional de las calles, los edificios…”. Estuvo allí por primera vez en 1979 y le gustó tanto que ha repetido. Asegura que pasear por sus amplias avenidas y plazas es algo incomparable.
Los últimos veranos de Fernando Mora demuestran que sigue viajando y aprovechando sus viajes al máximo. Intenta no irse además en temporada alta, para evitarse aglomeraciones. Relata su viaje navideño a Praga. Admite que había poca gente, pero a la vez que un frío de mil demonios. «Nos cayó una nevada impresionante», recuerda. Eso sí, pudieron disfrutar sin problemas de la ópera, del teatro de sombras…
En 2009 visitó de nuevo Portugal, una zona poco concurrida al sur, cerca del Algarbe, en el Alentejo.
También hizo una escapada familiar a Egipto, en 2010, para festejar como se merecían sus 25 años de casado.
Ya en agosto de 2011, cogieron el coche y marcharon hacia el sur de Francia y el norte de Italia, en la que visitaron Turín, Milán (destaca la Catedral), Venecia.
También reserva palabras muy cariñosas para la escapada a Francia, a dos destinos: Aviñón, «la ciudad de los papas», y Arlès, donde fijó su admiración frente al mítico café retratado por un tal Vincent Van Gogh. Lo saboreó incluso de noche, momento del día en que fue pintado por el genial artista holandés.
Aún en Francia se regodeó en una creación que quería ver desde hacía tiempo, el «Palacio Ideal», de Joseph Ferdinand Chevel, construido a base de guijarros con formas muy especiales. «Tiene algo muy especial», comenta con entusiasmo.
Y este verano… tenían pensado ir al sur de Alemania, a la región de Baviera, pero como quiere ir con sus hijos y estos están en el paro… Si acaba en Alemania, irán, cómo no, en coche y alquilarán una casa rural, «que sale igual de precio que aquí», sostiene.
¡Ah! Se le olvidaba comentar un viaje hispano a tierras gallegas, a la «ribera sacra», en la provincia de Orense, donde un conjunto de valiosos monasterios románicos de la última época de este este estilo orlan la ribera; también elogia las rías altas, menos transitadas que las bajas. Por último, habla maravillas de la playa de las catedrales, entre Foz y Ribadeo.
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