El diputado nacional del PP, Francisco Vañó, siempre recordará el «fantástico» viaje que realizó con su mujer, Carmen, y unos amigos a Hawai, San Francisco, Los Ángeles… «Hicimos un viaje de 15 días como Dios manda. Lo pasamos muy bien, cantando y disfrutando de cada lugar. Fueron dos semanas espléndidas». En el recuerdo quedan otros viajes, unos que han marcado más que otros. Vañó los recuerda para Encastillalamancha.
En la vida del diputado nacional del Partido Popular por Toledo, Francisco Vañó, hay dos veranos especiales, «uno malo y otro fantástico». El primero fue el de 1971, el verano del accidente de tráfico que le dejó parapléjico, «no fue un episodio grato, aunque afortunadamente lo superé -asegura-; en realidad no puedo decir que sea malo, porque al final la cosa quedó bien». No tiene ningún reparo en recordarlo. «Eran las fiestas del pueblo de al lado, en Valencia, y recuerdo que le dije a mi padre que tuviera cuidado porque habían echado gravilla en la carretera, yo soy bastante prudente. Y mira por dónde, a la vuelta me tocó a mí».
El otro verano especial no fue bueno sino «fantástico». Fue cuando viajó con su mujer, Carmen, y unos amigos a Hawai, San Francisco, Los Ángeles… «Hicimos un viaje de 15 días como Dios manda. Lo pasamos muy bien, cantando y disfrutando de cada lugar. Fueron dos semanas espléndidas».
No era la primera vez que Francisco Vañó viajaba a Estados Unidos. Conoció el continente americano en las Navidades de 1969, invitado por una amiga que vivía allí. «Me llamó muchísimo la atención el viaje, tan lejos y en aquella época, que no era tan frecuente», cuenta. Después ha seguido yendo porque en Estados Unidos tiene familia y muy buenos amigos. Donde también ha estado en repetidas ocasiones ha sido en Rusia, «con mis amigos de la Asociación de Desaparecidos..
LOS AÑOS UNIVERSITARIOS
Corrían otros tiempos. Aquellos en los que Vañó era tuno universitario. Comenzó Arquitectura, pero se pasó a Económicas «porque no conseguía aprobar los dibujos. Luego me accidenté y cuando salí del hospital me puse a trabajar. Con el tiempo me especialicé en Ortopedia en la Universidad de Barcelona y me dediqué a ello».
El espíritu de tuno marca. De aquellos barros surgió, casi por casualidad, la Filarmónica Hermética, el grupo musical que formó con un grupo de amigos que habían sido tunos en Toledo, «siempre que quedábamos a cenar acabábamos cantando. En una ocasión nos invitaron a cantar en un acto y nos presentamos sin ensayar ni prepararlo y la actuación resultó simpática. A partir de ahí la cosa fue progresando y cuando no íbamos a una cena del cáncer íbamos a la de los ex alcohólicos… Cosas de amigos. Yo siempre digo que nosotros somos como Les Luthiers, pero en barato», indicaba orgulloso.
Un destino que no ha faltad en sus vacaciones ha sido las Rías Altas, en Galicia, donde suele coincidir con amigos y familia.
«CUANDO EL ACCIDENTE PENSÉ QUE ME MORÍA SIN IR A JAPÓN, PERO NO ME MORÍ Y FUI»
Uno de sus viajes pendientes ha sido siempre Japón, «decía que no me moriría sin ir y cuando tuve el accidente pensé: ahora me muero sin conocerlo; pero mira por donde no me morí y ya he estado allí», señalaba Vañó.
De los viajes que ha realizado recientemente, aunque «no en verano», destaca el de Melbourne (Australia). Un viaje que pensó mucho en hacer, porque «me invitan a mí solo a ir» y «con 40 años parapléjico, con mi edad, viajar solo…» pues es inevitable que lo primero que sintiese fuese algo de pánico.
Sin embargo, se armó de valor y fue, porque si decía que no era como «empezar a morir poco a poco» y por ahí no iba a pasar.
Un viaje de 24 horas, con una escala en Doha (Qatar) de dos horas y media, con un aviso de la compañía aérea de que en la escala no le iban a facilitar su silla, sino una de cuatro ruedas «con la que no te puedes mover» sin la ayuda de alguien.
La primera anécdota, ahora la recuerda como tal aunque mientras la vivía no lo pasó tan bien, fue cuando llegó a Doha. Le acompañó un hombre «muy amable» hasta la cafetería y allí le dejó, en la silla, en una mesa y le prometió que le iría a recoger para embarcar. La hora llegaba y «no aparecía» y «yo no me podía mover», imagínense qué minutos. «A los 10 ó 15 minutos llega y me dice que se había retrasado el avión, pero claro yo no lo sabía».
En Melbourne todo muy bien, pero al regreso «¡me perdieron la silla!» y no llegó a Madrid hasta el día siguiente.
A pasear de todas las dificultades, ha sido un viaje en el que «me he probado a mí mismo», por lo que se siente orgulloso.
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