lunes, 25 de noviembre de 2024
18/08/2012junio 13th, 2017

Agua «cristalina» en el que jugaban niños y donde las madres limpiaban la ropa; kioscos para comprar un vinito, sangría o un botellín; y peces fritos para merendar, una pesca estupenda para cualquier aficionado… El Tajo toledano «ya no es lo que era antes».

«Íbamos toda la familia con la tortilla y los pimientos fritos preparados. Yo pasé nueve años en las playas de Safont y allí es donde aprendí a nadar. Ahora nos vamos a pudrir con estas enfermedades que nos trae el Tajo.» Así se expresa Juana, quien se sienta al lado de María y Vicenta para comer en el centro de día Toledo I. Con cinco hermanos, su infancia fue dura, pero entre sus recuerdos más felices están sus tardes en las orillas del río. De repente interrumpe Vicenta: «Al alcalde iría yo para que se limpiara él mismo los pies en el río».


De pie tomando un café, encontramos a Mateo Martín Rico, de 79 años. Originario de las Navas de Estena, al final de la guerra civil se vio obligado a trasladarse a Toledo con seis años. El río entonces «disfrutaba de mucha vida, había anguilas, barbos y cangrejos. Todo eso ha desaparecido y ahora sólo queda la carpa». Para Mateo sus recuerdos inspiran nombres como «el río chico o el barco de pasaje».

NO SIN PELIGRO 

Entrando por las puertas de la residencia, conocemos a Luis Jiménez de 83 años que nos habla de otra cara del río: sus inseguirdades y peligros. El Tajo atraía a gente de fuera para pasar el día, subían desde el ferrocarril y a menudo se quedaban en el río bañándose. «Todos los veranos nos llegaba la noticia de alguien que se había ahogado».

Teo, de 74 años, describe cómo era Toledo antes: «Dónde ahora está la estación de autobuses antes había muchísimas huertas. Los dueños iban a vigilar, pero siempre lográbamos algún melón». Julián Pérez de 83 años añade su recuerdo de comer cocido madrileño en Zocodover y usar los servicios públicos bajo la plaza.

TIEMPO LIBRE DESPUÉS DE  MISA

Hasta la secretaria del centro de mayores, Emilia García, se anima a contar sus recuerdos al escuchar el tema de conversación. «Los primeros recuerdos son con mi madre quien me enseñó a mí y a mis hermanas a nadar cuando éramos muy pequeñas. A partir de los 12 años, los domingos después de misa, iba con mis amigas al río y allí conocíamos a los chicos». Emilia aclara que después de bañarse, no se duchaba en casa, con el agua del río ya iba limpia.

Cuando preguntamos a Juana si prefiere bañarse en una piscina municipal o en el Tajo, dice sin dudar que «yo, al Tajo de mi vida». 

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