Muy cerca de Toledo, en un pueblo llamado Polán, hay un hombre de 57 años que es todo un personaje. Se llama Juan Luis García García-Muro y tiene una doble faceta: peregrino ciclista y artesano.
Empecemos por lo primero. Hace muchos años, cuando él tenía ocho, su padre le compró una bicicleta BH en la tienda de Bahamontes. Ahí empezó su afición al ciclismo. Pasaron unos años; tendría 20 cuando aquella vez le regaló una Orbea, «la que nunca se estropea» y ha viajado con él y sin un duro en duros peregrinajes a Santiago (en 2011), Roma (2012), Jerusalén (2015) y, en 2018, el triple viaje a dichos sitios, los Juegos Olímpicos del peregrino, o la aventura del «sarojedrino».
[ze_summary text=»Juan Luis, hombre de gran fe cristiana, distingue entre el turista religioso y el peregrino, que viaja a la antigua usanza, aguantando todas las penalidades posibles»]
Juan Luis, hombre de gran fe cristiana, distingue entre el turista religioso y el peregrino, que viaja a la antigua usanza, aguantando todas las penalidades posibles[/ze_summary]
Juan Luis, hombre de gran fe cristiana, distingue entre el turista religioso y el peregrino. Aquel se guarda alguna comodidad, todas las que pueda; el segundo, ninguna, como hacían los peregrinos antiguos, que debían arrostrar quién sabe qué peligros y penalidades.
Porque este polaneco ha peregrinado siempre con su bicicleta y sin un duro, confiando su manutención y hospedaje a la caridad de las personas que encontraba en el camino. A su primera peregrinación a Santiago se llevó 1,80 euros; a Roma, 50 euros, ya que tuvo que pagar una credencial (más tarde se las hizo él porque no hay disponibles). Tras el viaje a Jerusalén perdió 8,800 kilos. En 2017, en la triple peregrinación, perdió 15,5 kilos y tardó 36 días en volver (y eso que volvió en avión: fue un regalo a su esposa, María Jesús Sánchez Navas, ya que lo importante en esta aventura religiosa es la ida).
Ha cumplido un sueño triple
Este cristiano tan fervientementa practicante ha cumplido su triple sueño de besar a Santiago, San Pedro y San Pablo y Jesucristo. Anécdotas y penurias ha pasado muchas. Como aquella vez, de vuelta de su peregrinaje a Santiago, en que se topó con un peregrino entrado en años, muerto de cansancio y a tope de bártulos, quien le reveló que en una cercana oficina de correos, adonde Juan Luis le recomendó que se descargase parte del equipaje, ya le conocían: «Entre los peregrinos nos decimos cosas…»
Le han hospedado bomberos de varios lugares italianos, franciscanos y familias; ha dormido en naves, tanatorios, ayuntamientos que le han abierto, sorportales, casas (hasta en algún buen hotel), todo gratis, gracias a la caridad y confianza de la gente. «Corren malos tiempos, hay desconfianza; cuando enseñas la documentación y las credenciales, ya se abren…», explica.
Se le averió la bici dos veces; se la repararon. Durmió en albergues públicos en el último viaje (no sabía que hubiesen de este tipo, gratuitos).
Ya no va a peregrinar más solo
Juan Luis, a sus 57 años, y aunque se conserva muy bien (siempre ha hecho deporte, es un hombre multidisciplinar, una fuente de energía), ya no va a peregrinar más solo y fuera de España. Solo dentro del país y con amigos.
Al acabar la primera parte de la entrevista, este polaneco tan inquieto y tan cristiano muestra fotos y todo tipo de documentación (tres libros gruesos), que contienen todas las credenciales y acreditaciones posibles que dan fe de sus peregrinaciones, incluidos los tres símbolos de las mismas: la concha, las palmeras y las llaves.
[ze_summary text=»Juan Luis también es maestro artesano; repara y construye muebles en madera»]